El respeto a la diversidad y el aprecio de la pluralidad nunca han sido, históricamente, caracterícticas definitorias de la trayectoria política y cultural de España. No hablo de la España teórica, la que tiene una Constitución de apariencia integradora. Me refiero a la España operativa, la que impide hablar otra lengua en su ejército que no sea el castellano. La que no permite en sus Cortes Generales otra lengua que no sea la propia de Castilla. La expansión colonizadora de la "Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora" de Antonio Machado. Nelson Mandela nos ha dejado, entre otras muchas cosas, la frase: "Si hablas a un hombre en un idioma que entiende, va a su mente. Si le hablas en su idioma, va a su corazón". Una de las claves del proceso catalán, aunque mucho más complejo que esta simplificación, creo que se halla aquí, en que muchos de los que no tenemos la cultura castellana como propia nunca nos hemos sentido parte de España, porque percibimos que se nos excluye del conjunto. Cuando España nos habla, la entendentemos, pero nunca nos ha llegado al corazón.





