Pocas personas se pueden vanagloriar de haber creado un lenguaje propio. Gregorio Esteban Sánchez Fernández, Chiquito de la Calzada, fue una de ellas. Un lenguaje propio y un relato peculiar en su manera de explicar sus chistes en los que lo que menos importaba era su resolución, mientras que la gracia estaba en su desarrollo.
Su primera pasión fue el flamenco y empezó su carrera a la tierna edad de ocho años. Formó parte del conjunto musical Capullitos Malagueños en el que cantaba básicamente fandangos. Estuvo actuando en Japón durante dos años; luego, le llegaría la fama cuando había cumplido ya los sesenta y dos abriles. En Genio y Figura de Antena 3, los telespectadores quedaron enamorados de su lenguaje surrealista, de sus movimientos imposibles y sus camisas más que multicolores. Mucha gente considera que el genio de Chiquito estaba a la altura de grandes humoristas internacionales como el francés Jacques Tati, el británico Benny Hill o el norteamericano Jerry Lewis.
El humor es, por definición, un modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Reír o reírse es una de las capacidades que poseen todos los seres humanos independientemente de la cultura, el medio socioeconómico o geográfico en que se inserten. Joseph Klatzmann, en su obra El humor judío, resume su pensamiento en una sencilla fórmula: “reír para no llorar”.
Este país ha gozado de algunos humoristas (en el sentido más amplio de la palabra) de muy primer nivel. En un espacio político que tantas veces ha tenido la tragedia como su primera fuerza motriz social no deja de sorprender que haya sido cuna de varias figuras que han hecho del humor su trayectoria vital; o quizás el fenómeno provenga, precisamente, de su larga incultura, miseria y tristeza dramática generalizada. El carácter netamente carpetovetónico formado por tópicos reales que han ido surgiendo a través de su peristáltica historia, ha dado lugar a una posición completamente opuesta a su idiosincrasia; volvemos al reír para no llorar. Gila, sin ir más lejos, es un prototipo perfecto del personaje brillante que -con una inteligencia suprema- se mofaba de todo aquello que se moviera e incluso de lo estático. La vuelta de tuerca que le daba, en sus intervenciones, a la realidad más cruda le conducía al esperpento de Valle Inclán o al absurdo mejor planteado. Catalunya ha ofrecido dos magníficos cómicos -totalmente distintos en su manera de crear- como Eugenio o Joan Capri. El primero lucía su capacidad artística en el modo sui generis de relatar historias con una comicidad indiscutible, mientras que Capri retrató, a la perfección, el carácter de los catalanes a través de ampliar sus registros para que los propios catalanes se riesen de sí mismos, cosa harto complicada. En Mallorca, Joan Forteza dominaba las tablas para construir diversos personajes que reflejaban la naturaleza balear en toda su extensión y, más recientemente, “El Casta” triunfa en los escenarios con monólogos potentes que ridiculizan a los mallorquines y refuerzan, eso sí, su grandeza humana y su capacidad para la caricatura aguda. Y como estos bárbaros del humor existen muchos más que ahora mismo vendrían al caso pero que, por escasez de espacio, no puedo incluir.
Chiquito de la Calzada nos ha dejado y, con él, se ha ido un personaje absolutamente irrepetible, único, singular e inimitable. Su humor fue universal a la par que transversal, tal como era su ingente público.
Ha sido, mientras estuvo entre nosotros, el fistro por excelencia.
Ahora, Chiquito, a descansar y coger fuerzas para desternillar a los angelitos celestes.





