Doña María Consuelo Huertas, la compañera Xelo Huertas para sus correligionarios podemitas, ocupa desde ayer la presidencia de la cámara balear, aupada por treinta y tres votos de los partidos de izquierda. ¿Todos? ¡No! Un irreductible diputado podemita resiste, todavía y siempre, a la casta infecta que ha llevado a este país a la ruina, y estampó en su papeleta “pel canvi de cromos. Visca la Casta”. Olé tus huevos, compañero (o compañera) Astérix.
La ocurrencia, de la que todos los diputados del PSIB hubieran querido apropiarse, proviene, según confesó Alberto Jarabo, de sus propias filas –o lo que sean, que eso de marchar en fila también debe ser propio de la casta- con lo que poco puede especularse ya con si se trataba o no de una chinita arrojada por un socialista con las gónadas repletas de soportar los vaivenes de estos políticos en fase prepúber.
Naturalmente, le deseo éxitos y todo tipo de parabienes a doña Consuelo, segunda autoridad de las islas según el protocolo más casticista. Méritos, a priori, no le faltan, sobre todo si la comparamos con su predecesora que, sobre ser universitariamente iletrada, era manca de la mano izquierda.
Lo que ocurre es que nos tendrán que explicar los dirigentes del podemismo cómo se las arreglan para reconvertir a una excandidata y vieja militante del PSOE en una reluciente luchadora populista concebida sin pecado. Porque, a ver, si la tacha de los dirigentes socialistas no es tanto su ideología, sino su infecciosa pertenencia a un partido de la casta, entonces habrá que demostrar cómo un individuo portador durante años de ese virus castizo queda libre de anticuerpos con solo dejar el carnet en la calle Miracle y abrazar la fe podemita. ¿Es tan fácil? No puede ser. Tiene que existir una máquina de descastar, una especie de cámara hiperbárica del populismo que elimine los priones que los partidos nacidos en la transición inoculan en los encéfalos de sus militantes: La descastadora.
La descastadora -según me cuentan, fabricada en Caracas con tecnología iraní-, funciona y a buen ritmo. Si se ha sido militante del PCE o de Izquierda Unida y sus muchas secuelas, la dosis precisa de descastadora es mínima. Basta cambiar el color de la camiseta. Si, en cambio, uno ha tenido la debilidad de militar en un partido de la derecha patriarcal y capitalista –definición de cierta concejal podemita de Madrid- entonces, no cabe duda, se necesitan muchas más sesiones de descastadora y el resultado nunca será el mismo, aunque se pase sin intersticio del traje de Armani a la sudadera con el careto del Che Guevara. A menos, claro, -como le ha sucedido sin ir más lejos a Francina Armengol- que la persona gravemente encastada sea la misma que te va a asegurar una silla en la mesa del Parlament o, como en este caso, la propia presidencia, en cuyo caso es posible incluso que no sea necesaria sesión alguna de tan prodigioso artefacto esterilizante. Probablemente, el hecho de que la presidenta in pectore del nuevo govern fuera farmacéutica haya facilitado su tratamiento profiláctico y regenerador, a ojos de la militancia podemita. Ya no les cae tan mal, fíjate.





