Maheta Molango no solamente ha recibido el encargo de reflotar económica y deportivamente al Mallorca, una simbiosis irrenunciable e indivisible, sino que se lo ha tomado tan a pecho que se plantea reescribirlo desde cero. Para él no reza una de las máximas de Cicerón: los pueblos que no recuerdan su historia, están condenados a repetirla. Bien es verdad en este punto precisaríamos matizar de qué época hablamos, porque la trayectoria del club presenta grandes diferencias entre lo que fue como entidad sin ánimo de lucro, patrimonio de todo el mallorquinismo, y su vida como sociedad anónima deportiva, durante la que se ha mantenido en manos ajenas más que en las propias.
Tengo la sensación, por las noticias que me llegan, que para el CEO, el pasado no significa nada. No queda un solo mallorquín en el consejo de administración y se rumorea que a no tardar demasiado la purga que sentenció a personas como Luis Adiosgracias, Cesar Mota, José León, Carlos Sureda y alguno que se queda en el tintero, pronto vivirá nuevos capítulos. El área comercial no funciona como a él le gustaría, ni en este departamento comparten su modo de gobernar el club. Resquemor mutuo y más de una visita a varios despachos de abogados laboralistas, no auguran nada bueno a corto plazo.
Pero aunque hubo capítulos dignos de olvidar, no ha sido este el primer descenso grave de un curriculum salpicado de unas pocas altas cumbres y bastantes valles demasiado profundos, si el consejero delegado pudiera borrar de un plumazo cualquier referencia al pretérito lo haría de inmediato. Se equivoca. No es la narración épica de ciento un años lo que cuenta. Eso está en los libros, más o menos bien contado. Lo que jamás podrá conseguir el ejecutivo de Sarver y sus colaboradores, es entender que el sentimiento no nace de una sucesión de acontecimientos, sino de ciertas raíces que exigen el mayor respeto y, sobre todo, son las que mantienen la nave a flote pese a sus tormentosos vaivenes.






