No pasa día sin que un político local, un medio de comunicación o una de esas organizaciones independientes que en realidad son satélites de algún partido político, agredan, ataquen, critiquen o desprecien a la Corona, que, como sabemos, durante las vacaciones de verano sienta su base en Mallorca. Hasta los indignados, que por lo visto no deben tener a quién manifestar su malestar porque prácticamente no hay ningún político que sea responsable del tremendo desaguisado en que se ha convertido este país, quieren hacer manifestaciones en Marivent. Hasta algunos políticos que sí aceptan participar en el aparato político de Madrid porque allí tienen un sueldo, aunque tengan que pasar por el amargo trago de hablar en castellano; esos que nunca vieron cómo sus compañeros de gobierno se llevaban el dinero con camiones, sí se atreven a hacer cualquier desprecio a la Corona con la que los españoles convivimos en paz desde hace 35 años. Parece que es el destino de los pueblos que van en caída libre: ya que nuestro desplome en el precipicio es veloz, acelerémoslo un poco echando de aquí a la única promoción que nos queda en un lugar que vive del turismo. Porque, para mí, el verdadero misterio es cómo la Corona sigue visitando esta tierra pese a todo.





