Recuerdo la rabia que me daba cuando escuchaba que Ciudadanos y Podemos eran la «nueva política». Lo oía continuamente cuando era diputado, y me sentaba fatal.
Podía entender un despiste inicial cuando Podemos salió a la luz, en las europeas de2014. En ese momento podía resultar convincente ese relato según el cual eran la respuesta de la ciudadanía a una clase política insensible: la casta. Eran la materialización del 15-M, de las legítimas reivindicaciones de los jóvenes. Un soplo de aire fresco que podía abrir las ventanas y ventilar el aire estancado de la política.
Luego uno investigaba un poco y descubría, con alarma, la promiscuidad de los dirigentes de Podemos con el chavismo. Ahí estaba Pablo Iglesias frente a un cartel de «Chávez vive, la lucha sigue». Y las descacharrantes aportaciones políticas deJuan Carlos Monedero en la web chavista Aporrea.org. Monedero había sido gabinetero de Hugo Chávez, dedicado a hacerle la pelota como la cuenta Mister Handsome hace con Pedro Sánchez; es posible que el dictador considerase que tener a un español lamiendo sus posaderas era una modesta venganza por la Conquista. Yahí estaba la fundación CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales) regada con dinero chavista, por la que habían pasado Iglesias, Errejón, Montero y Bescansa.
En esos momentos los líderes de Podemos disimulaban, y cuando se les recordaba su afinidad con una dictadura fingían burlarse y decían «Venezuela, chupito». Era como decir «ya está el fachita alarmista diciendo chorradas», y en esos momentos aún les funcionaba. Pero mientras tanto tenían claro que la democracia liberal, con sus instituciones, sus pesos y contrapesos, y un poder limitado, no era lo suyo. Para ellos el resultado de las elecciones no era especialmente significativo porque los ciudadanos tampoco lo eran. Para ellos lo único relevante era «el pueblo» o «la gente», y eso lo representaban ellos. Por eso en la investidura de 2016 organizaron un«rodea el Congreso» en el que las diputadas de Ciudadanos, mis compañeras, fueron agredidas.
Ellos invocaban a Ernesto Laclau y defendían que había que sustituir la ciudadanía por una masa enfurecida, a la que ellos pastorearían para alcanzar el poder. Hablaban de«significantes vacíos» (es decir, de sustituir el discurso político por la paparrucha) para unificar y canalizar las indignaciones, que eran heterogéneas. Por eso se acogieron inmediatamente a la oportunidad que les presentaba la marea woke: sustituir a las personas por colectivos victimizados; hacer política sobre el resentimiento y la rabia. De este modo el estilo de Podemos se consolidó como una mezcla de chapuza e ira. Irene Montero se dedicaba a responsabilizar a la derecha de las agresiones a mujeres, y a denunciar la existencia de una cultura de la violación, mientras aprobaba una ley que aliviaba las condenas de los violadores.
En los últimos días Podemos ha presentado todo un muestrario. Abarca desde la desvergüenza (Irene Montero denunció que la ONU haya entregado el Sahara a Marruecos, olvidando que ella estaba en el gobierno que realmente lo hizo), al ridículo (llamó «cuñados» a los economistas que creen en la ley de la oferta y la demanda), hasta la justificación de la violencia: se negaron a condenar la agresión a un periodista de El Español por la nueva kale borroka que parece haber surgido en Navarra y elPaís Vasco. Luego, para que no hubiera dudas, Ione Belarra colgó este tuit: «nuestro país sólo tiene dos opciones, o reventamos a la derecha o la derecha reventará a la gente». «Así de claro, así de fácil», refrendó el ex Jefe de Estado Mayor de la Defensa con Zapatero Julio Rodríguez. Y Pablo Iglesias concluyó que si la policía noactúa contra las fascistas (es decir, usted y yo) lo harán ellos. De paso pidieron nacionalizar Repsol para, a imagen del chavismo, tener su propia PDVSA.
Reventar a la derecha. Para Podemos, la derecha (media España) no tiene sitio en el espacio político. A ellos no les interesa el pluralismo y muchísimo menos la alternancia, y aspiran a convencer a sus votantes de que ellos son los buenos y el resto unos peligrosos malvados. En este tribalismo esencial, en este fanatismo, es donde habitan mayores crueldades.En fin, no. Podemos no es la «nueva política» sino la chatarra más vieja. Es el viejo totalitarismo, destructor de la democracia y engendrador de violencia, que nos retrotrae a los tiempos más oscuros de España. Desde el chalet y el sueldo de Bruselas, aupados a lo alto del estatus en los hombros de una masa enfurecida, preparan a sus escuadristas a imagen de Batasuna, y los lanzarán cuando gobierne la derecha.
Son un peligro enorme para la democracia, y ya no cabe alegar despiste. Quien losvote no tiene mucho aprecio por la democracia. O por su propia inteligencia.





