La razón última del voto

El portavoz de un partido político anunciando un “verano azul” con los bajos del pantalón arremangados a lo Tom Sawyer nos augura una campaña electoral plena de emociones fuertes. A Borja Semper sólo le faltaba el sombrerillo de paja y una brizna de trigo en la boca para que nos tomáramos en serio sus palabras, que ahora no recuerdo porque quedaron enterradas entra tanta arena y sombrilla de playa.

Mucho más empaque tiene un presidente del Gobierno en funciones entrevistando a sus ministros en un plató de televisión, sin la presencia de periodistas impertinentes de los que van a pillar. Veo contraproducentes esos diálogos de Sánchez con sus subordinados, no sólo por el peligro físico de patinar con tanto jabón por medio sino por el tono de las preguntas y respuestas. Recuerdan a ese profesor comprensivo negociando el examen oral con el alumno tonto al que tiene que aprobar: a ver Pepito, qué te sabes que te lo pregunto. Y si los ministros se quedan cortos anunciando sus éxitos pasados o sus propuestas de futuro, Sánchez se las completa.

Este es el nivel, como para intentar matizar en una columna de opinión las diferencias que existen entre una persona cuyos valores se basan en un humanismo de raíz cristiana y un católico integrista. El primero puede defender un estado aconfesional que promueva la dignidad de la persona, el libre albedrío y la solidaridad entre individuos sin vincular nada de ello a una estricta moral religiosa. El segundo trata de ordenar la vida y las decisiones de los demás en función de sus particulares creencias. Esta pretensión es inviable en una democracia liberal.

En cualquier caso, los límites para expresarse en las redes sociales o en una columna de opinión son muy amplios y vienen establecidos por el Código Penal. Cuestión distinta es expresarte desde un cargo de representación institucional, donde tu voz reverbera en las paredes de un edificio que es de todos. Hace bien el nuevo presidente del Parlament balear, Gabriel Le Senne, en abandonar sus escritos en este medio por la imposibilidad de separar el cargo del individuo cada vez que opine.

Por eso no entendí sus declaraciones el mismo día que se despedía por escrito de este digital, propugnando en un canutazo televisivo la devolución de competencias autonómicas al Estado para emprender el camino inverso al que defiende el independentismo. El último afiliado de VOX que podría expresar una opinión así es el presidente de una cámara autonómica. Si nos descojonábamos del republicanismo de alpargata del inefable Balti Picornell -como si acudiera a Marivent en calidad de carpintero metálico y no de segunda autoridad de Baleares- a una persona como Le Senne también le debemos exigir a partir de ahora cierta neutralidad.

Mi opinión es que lo va a tener crudo Le Senne para seguir opinando a su bola en VOX, ni siquiera de palabra. En la batalla interna entre los conservadores liberales admiradores de Hayek y los hijos de la Falange partidarios de una estructura jerarquizada y monolítica… van ganando los segundos. En las listas electorales al Congreso y al Senado se han cepillado cualquier atisbo de verso suelto.

El debate interno no vive su mejor momento en ningún partido político, pero hay que tener muchas ganas de manifestar el carácter castrense de VOX para dejar escrito en un periódico que lo prudente es esperar a que el partido se posicione, callarte lo que piensas, porque cualquier opinión previa daña al partido. Así de claro lo plasmó Jorge Buxadé, la figura al alza que susurra al oido de Abascal y que está dirigiendo con mano de hierro las negociaciones para formar gobierno en los territorios que precisan pactos. Tiene su gracia emplear un artículo de opinión para pedir que no se opine, y da pistas sobre la personalidad de su autor.

Esta visión autoritaria del liderazgo le ha funcionado a Viktor Orban en Hungría desde el poder, pero ha acabado hundiendo al matrimonio Iglesias y al partido que montaron para el progreso, el suyo. Mi tesis es que esta amalgama heterogénea que habita en VOX y que sólo comparte rasgos iliberales no se parece a España ni a la mayoría de los españoles. Del mismo modo que el 11-M no generó millones de comunistas en nuestro país, el feminismo salvaje de Irene Montero, las lecciones morales de Arnaldo Otegi, el desafío independentista catalán o la manipulación de la memoria histórica no van a crear millones de falangistas.

En el populismo cabe de todo, de ahí su éxito coyuntural. Los problemas comienzan cuando sus dirigentes interpretan que los ciudadanos que les otorgan su confianza están comprando el pack ideológico completo. Si quieres que en Baleares se pueda estudiar en castellano algo más que una asignatura también niegas la violencia machista porque el género es un constructo de la izquierda. Craso error.

El de VOX es un voto prestado, como todos los demás, y la fuga de papeletas comienza cuando no se es capaz de acertar con la razón última que mueve al grueso de tus votantes, que no son homófobos, ni racistas, ni niegan el cambio climático ni el valor de las vacunas contra el COVID. Por encima de todo quieren ver fuera de la Moncloa al político más mentiroso que ha padecido España en democracia. Como el Pablo Iglesias, este asalto reaccionario a los cielos tendrá que esperar.

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