La solo-edad

A las cuatro des geriátricas más prevalentes (depresión, delirium, demencia y drug –fármacos-) hay que añadir otros dos fenómenos en auge: la solo-edad y el maltrato físico y psicológico a los ancianos. Duelen los cojones del alma, quiebra y desorganiza nuestra mente, el tsunami emocional de la noticia de la trágica muerte de los dos ancianos en una finca en LLucmajor. Eran jóvenes, tenían 70 años. Importa su muerte pero sobre todo como fue el proceso previo a ella. Ambos habían fallecido hacia aproximadamente dos meses, primero el marido que era el cuidador único y principal de su esposa que padecía una demencia de Alzheimer. Vivian a cuatro kilómetros de Llucmajor. Las únicas señales de violencia que presentaban eran las mordeduras de sus perros, que desnutridos, devoraron a sus dueños fallecidos.

Los periódicos resaltan que ambos murieron de forma natural pero en mi impresión no murieron naturalmente. No es natural morir así, me resisto aceptarlo. No es natural, aunque si cada vez más frecuente, la solo-edad de estos dos ancianos vulnerables y con una fragilidad máxima. Ambos eran ancianos de riesgo. Ambos tenían necesidades sociosanitarias, afectivas y básicas, probablemente no satisfechas. Ambos eran dependientes pero no tenían vínculos en los que apoyarse. Es antinatural que llevaran dos meses muertos y que no haya habido ninguna alarma.

¿Hubiera fallecido la mujer que padecía Alzheimer, si se hubiera detectado cuando tocaba la muerte de su marido? ¿No murió acaso en la cueva inhóspita y hostil del abandono, la solo-edad y la indefensión? Su demencia y su invisibilidad determino el que no pidiera la ayuda que precisaba. El contexto era de alto riesgo: anciana con Alzheimer, vivían alejados del pueblo, carencia de vinculación social, con escaso sostenimiento, conflicto familiar y ausencia de contacto con su hija desde Navidad. El anciano rechazo la ayuda domiciliaria y teelasistencia ofertadas por los Servicios Sociales, que en un primer momento detecto la situación. Posteriormente desconozco si hubo seguimiento, supervisión o intervenciones psicosociales.

Creo que tras este grave suceso se debe de reevaluar los protocolos de intervenciones psicosociales. Ha sido una maldita tragedia que nos tiene que enseñar mucho sobre el Alzheimer colectivo de esta sociedad instalada en una algarabía social y en un consumo compulsivo que se desentiende de los silenciosos, de los más vulnerables y de los más necesitados. Algo hay que cambiar cuando fallan los acompañamientos a personas en sus momentos de máxima indefensión. Cuando las funciones de aprovisionamiento exceden a la red social y familiar, deben de ser asumidas por las instituciones.

No podemos de dejar de interrogarnos sobre las palabras y la autocrítica de Fina Santiago “no se pudo llegar a las necesidades de estas personas” y “con más recursos en servicios sociales a esta familia se le hubiese insistido más, se hubiera trabajado con ellos”. Lamentablemente han muerto. Su muerte trágica que nos ha conmovido debe de servir para que no se repiten casos similares. Y aquí la corresponsabilidad es compartida pero la Administración tiene una gran cota y debe de actuar consecuentemente y priorizar su política sociosanitaria.

Algunos riesgos es inevitables e impredecibles otro no. Ahora que está en auge la moda de la humanización, quizás tengamos que aprender que más que humanizarse hay que rehumanizarse y que hay que querer más a las personas y menos a los ideales.

En derrota, aquí y ahora pero nunca en doma.

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