Lo único que progresa son los precios

Madrid, y por ende España, han sido esta semana el epicentro geopolítico del mundo con la cumbre de la OTAN, que ha reunido a los principales líderes de la Alianza Atlántica, con Pedro Sánchez como anfitrión. Al presidente español se le ha visto especialmente cómodo rodeado de los dirigentes de los países aliados.

Al jefe del Ejecutivo español le interesa mucho su proyección internacional como posible puerta de salida ante un hipotético descalabro electoral que ya le anticipan la mayoría de las encuestas. Por eso, la cumbre de la OTAN de estos días, además de por los acuerdos adoptados y la simbología del momento, con Rusia bombardeando Ucrania, estaba marcada en rojo por el presidente español. Su proyección internacional estaba en juego. Por fin, ha podido fotografiarse junto a Biden, sin necesidad de hacerle un robado andando por los pasillos.

Mientras los líderes, sus parejas y sus interminables séquitos se paseaban por Madrid en sus coches de gran cilindrada y disfrutaban de la cultura, gastronomía y ocio de nuestro país -en esto sí somos uno de los mejores destinos del mundo-, la mayoría de los españolitos de a pie seguía con sus quehaceres diarios, sin prestarle demasiada atención a la cumbre, salvo para comentar chascarrillos y curiosidades varios. Que si las nietas de Biden iban en chándal; que si la bandera de España estaba al revés durante las palabras de bienvenida de Sánchez, lo que se interpreta como rendición; que si ‘La Bestia’, el vehículo que traslada al presidente norteamericano, está hecho a prueba de todo tipo de ataques; que si la primera dama americana necesita más de 20 coches para desplazarse a las visitas que le han programado en paralelo a la cumbre; que si Alejandro Sanz y otros cantantes famosos de nuestros país acuden a la embajada americana para ofrecer un concierto privado… Posiblemente, solo para eso sirvan este tipo de cumbres, porque las decisiones importantes se toman en foros más pequeños.

La realidad es que la gente de la calle está para pocas citas internacionales y menos cumbres de pompa y boato. Por eso, no es de extrañar que al presidente español se le note más cómodo en citas internacionales que en la gestión doméstica. El dato adelantado del IPC del mes de junio, conocido en plena cumbre, aventura una subida de los precios por encima del 10%, batiendo récords de hace 37 años, y muchos expertos ya empiezan a hablar de una inevitable recesión.

La imparable y prolongada inflación, con incidencia directa sobre la electricidad, los carburantes y la cesta de la compra, se ha convertido en el caballo de batalla de un Gobierno que vive sus horas más bajas. Porque la realidad ha acabado imponiéndose a la propaganda y no hay ni rastro de la “recuperación justa” y del “saldremos más fuertes” que nos han repetido machaconamente en los últimos meses desde los altavoces oficiales. El conflicto en Ucrania solo ha venido a agravar un problema latente y que cada vez afecta a más españoles: llegar a final de mes se ha convertido en una odisea.

Progreso es una palabra que el Gobierno de Sánchez ha usado como si tuviera la patente, pero la realidad es que lo único que progresa en nuestro país, de un tiempo a esta parte, son los precios. Y de qué manera. La inflación es el impuesto de los pobres, porque mina todavía más su limitado poder adquisitivo y les empobrece todavía más.

Además, lo hace de una manera silenciosa y gradual. En la calle se ha instalado la percepción de que la situación económica sólo puede empeorar más, y a Sánchez y a sus ministros se les está poniendo cara de impotencia. Malos tiempos para la lírica.

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