Manifestarse es un derecho, agredir no

Miles de ciudadanos volvieron a salir a las calles de Palma este domingo para protestar contra la saturación turística, una preocupación tan legítima como creciente en las Islas. Miles de personas recorrieron el centro de la capital balear exigiendo límites, repensar el modelo y, sobre todo, respeto para los residentes que viven atrapados entre alquileres imposibles y aglomeraciones constantes. Una protesta comprensible, a la luz de la situación social y económica que viven muchas familias de la isla.

Sin embargo, ciertas actitudes dinamitaron por completo el objetivo de la manifestación. Lo ocurrido en determinados momentos de la marcha no pasó desapercibido y prácticamente opacó su mensaje. Increpar a turistas que cenaban en las terrazas del Born o en la plaza Juan Carlos I, señalar con el dedo a familias por el mero hecho de estar de vacaciones o lanzar proclamas agresivas mientras otros disfrutan de su tiempo de ocio, rompe con el espíritu cívico que debe guiar toda reivindicación. No es solo una cuestión de formas, sino de fondo.

Las calles de Palma son de todos: de quienes nacieron aquí, de quienes llegaron después y de quienes vienen a conocerlas

Porque el problema no es el turista. Ni el visitante. Todos somos o hemos sido turistas en algún momento. Tampoco es culpa del empresario que trata de sacar adelante su negocio y a sus trabajadores. El resultado que estamos viviendo es la suma de numerosas decisiones políticas erróneas tomadas durante años. Un crecimiento sin freno que ha ignorado los equilibrios básicos entre calidad de vida, sostenibilidad y economía. Confundir al visitante o al empresario con el responsable, es errar el tiro y debilitar la legitimidad de una causa social justa.

Como sociedad, debemos exigir más a quienes toman decisiones. Son nuestros responsables electos, y a ellos les corresponde dar respuestas reales. El hartazgo ciudadano no puede derivar en una confrontación entre propios y extraños. El respeto no debe ser otra víctima de la saturación. Las calles de Palma son de todos: de quienes nacieron aquí, de quienes llegaron después y de quienes vienen a conocerlas. Defender el derecho y la libertad no implica negárselo a los demás.

Manifestarse es un derecho, pero hacerlo con educación y respeto es una obligación. No nos equivoquemos a la hora de exigir responsabilidades. Esta situación no es culpa del turista ni del empresario. La convivencia no se defiende a gritos. Se protege con respeto, criterio y justicia.

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