Manos libres para Putin

Los resultados de las elecciones parlamentarias de la Federación Rusa han puesto de manifiesto una realidad incontestable, Vladímir Putin tiene las manos libres para actuar como le plazca y conducir a Rusia hacia donde crea conveniente. El partido que él patrocina, Rusia Unida, ha conseguido en la Duma una mayoría absoluta de tal magnitud, que podrá incluso modificar la constitución sin necesidad de ninguna alianza parlamentaria.

La participación ha sido bajísima, inferior al 50 %, de poco más del 47 %, y especialmente baja en las grandes ciudades federales, Moscú y San Petersburgo, una participación acorde con el desánimo y resignación de una mayoría de la ciudadanía rusa, que desconfía de los políticos y que considera que nada va a cambiar y que, en consecuencia, el voto es inútil, puesto que lo verdaderamente importante es que Putin, que sí tiene prestigio entre la población, continúe siendo el presidente, cosa que no estaba en juego en estas elecciones. Las presidenciales están previstas para 2018.

Otro condicionante que favorece la abstención es la dispersión y falta de liderazgo de la oposición liberal que podríamos considerar homologable a los estándares europeos. El férreo control de los medios de comunicación, el acoso a los opositores más destacados, muchos ha tenido que exiliarse, que llega al encarcelamiento y, en algunas ocasiones, a la eliminación, como el asesinato el año pasado de Borís Nemtsov, líder del partido Parnás, son, sin duda, factores decisivos en los mínimos resultados electorales de estos partidos “proeuropeos”, partidarios de que Rusia evolucione hacia un sistema político y social de corte europeo, con un estado de bienestar basado en la redistribución de la renta mediante un sistema impositivo progresivo y con sistemas educativo, sanitario y de protección social equivalentes a los europeos, pero también es cierto que no han logrado articular una alternativa unitaria que pudiera permitirles, al menos, conseguir representación en la Duma. Presentándose por separado, ni Parnás ni Yábloko han conseguido superar el 5 % de votos necesario para poder entrar en el parlamento federal.

También hay que tener en cuenta que, salvo las clases medias urbanas emergentes, que se han abstenido masivamente, la gran mayoría de la población rusa recuerda con horror el descontrol y la brutal recesión económica de los años de los gobiernos de Yeltsin tras el hundimiento de la URSS y manifiestan un rechazo absoluto hacia los sistemas de gobierno propios de la Europa central y occidental, mientras que son partidarios de Putin y lo que representa, un gobierno fuerte y autoritario y un simulacro de democracia parlamentaria, escenificado por una Duma sumisa y complaciente con los designios del presidente.

Y esta reticencia hacia los modelos europeos está enraizada en la tradicional desconfianza de los rusos hacia el resto de Europa. La historia de Rusia con Europa es un continuo movimiento de vaivén, de acercamientos y alejamientos, de atracción y repulsión, siempre con recelo y suspicacia y en este momento concreto vivimos una época de gran distanciamiento, como indica el hecho de que el segundo y el tercer partido en importancia en la Duma sean el Partido Comunista, descaradamente estalinista, y el Partido Liberal Democrático, que no es ni liberal ni democrático, de Vladímir Zhirinovsky, un energúmeno violento, ultranacionalista ruso, que en diversos momentos de los últimos decenios ha hecho propuestas como “solucionar” el problema checheno arrasando la República de Chechenia y deportando a los supervivientes al Asia Central, como ya hizo Stalin en los años cuarenta del siglo pasado, o invadir los países bálticos para proteger a sus poblaciones rusas, o incluso reunificar por la fuerza la Unión Soviética. Comparado con él, Putin parece un moderado.
El resultado de las elecciones, en definitiva, es un espaldarazo total y absoluto a Putin y un claro mensaje de desconfianza y hostilidad hacia el resto de Europa. Putin podrá continuar su política de confrontación con Occidente y desplazamiento hacia oriente, estableciendo relaciones comerciales y económicas preferentes con China, Corea del Sur, Japón y la India. Y seguirá el apoyo incondicional a El Assad en la guerra civil siria, lo que significará su prolongación incluso cuando se consiga derrotar a Estado Islámico y la continuación del sufrimiento de la población y de la crisis de los refugiados. Y, por supuesto, no augura nada bueno para el conflicto de Ucrania, que probablemente se enquistará en una situación de independencia “de facto” de las provincias de Lugansk y Donetsk y, quizás, Putin podría ceder a la tentación de incorporarlas a Rusia, lo que implicaría una escalada de tensión con la OTAN que nos retrotraería a los peores tiempos de la guerra fría

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