De las cumbres de Bruselas nos hemos quedado con que Sarkozy y Merkel intercambiaron sonrisas. Sin desmerecer la trascendencia del evento registrado por las cámaras de televisión en la cara de la canciller alemana, no menos remarcable porque el bufón de Berlusconi fuera el detonante, las cumbres europeas van de algo un poco más importante que tampoco consiste en decirle a Zapatero que lo ha hecho bien. Europa está desesperada intentando conseguir dinero no para abordar el problema griego, que nunca tendría que superar los 300 mil millones de euros, sino para parar el desastre de España y de Italia, que van en caída libre. Veamos: las discusiones de ayer tenían que ver con qué se le va a exigir a la banca como reservas para garantizar su solvencia y, también, quién va poner ese dinero. Y, a la vez, qué se va a tomar en cuenta para establecer estos ratios. De entre una lista de cuestiones técnicas muy complejas que están siendo debatidas, hay dos fácilmente comprensibles: primero, qué se hace con lo que las administraciones deben a la banca, concretamente en el caso español. La evidencia es que las posibilidades de pagar esa deuda están decreciendo. Hemos de recordar que en el segundo cuatrimestre de este año, la deuda autonómica creció un 23 por ciento, pese a que las alarmas ya nos han despertado del sueño de grandeza que habíamos vivido. La segunda cuestión, cuidadosamente tapada durante tanto tiempo, es qué se hace con la deuda inmobiliaria. Hasta ahora, sólo ha emergido la deuda en mora, pero no se ha hecho nada con la deuda que está siendo pagada por los ciudadanos pero que está garantizada con unas viviendas con un valor resultado de la tasación hecha en los años de vacas gordas, que hoy cubren normalmente dos tercios de la hipoteca. En Bruselas no hay acuerdos, claro, pero las cosas no van de palmadas en la espalda ni de si Merkel sonríe.





