En otros bloques informativos se han sintetizado ya con detalle las intervenciones de nuestro editor y director, José María Castro; del alcalde de Palma, Jaime Martínez; del CEO del Grupo Alia y vicepresidente de ATASA, Lluís Candela; del presidente de APCEspaña y de Construmat, Xavier Vilajoana, y de la presidenta del Govern, Marga Prohens, todos ellos muy buenos conocedores del tema que se ha tratado hoy, al igual que la presentadora del acto y moderadora, Majo García Doce.
Si a ello le añadimos que Martínez es arquitecto y que Prohens es como si lo fuera —porque lleva ya casi dos años intentando 'construir' consensos cada semana—, entenderán que me embargue una cierta desazón a la hora de intentar dar forma a esta contracrónica, pues no sólo no soy un experto en la materia, sino que, además, no sabría explicarles muy bien la diferencia real que existe entre, por ejemplo, una burbuja inmobiliaria, una pompa de jabón y la ley de la oferta y la demanda.
El panorama que han descrito los cinco intervinientes citados a lo largo de sus alocuciones no era, en principio, demasiado alentador, como se podía constatar viendo los rostros de los asistentes al acto, que unas veces asentían afirmativamente y otras veces asentían aún con más fuerza ante cada nuevo dato que les ofrecían, sobre todo los más jóvenes. Aun así, al final cada ponente ha ofrecido algunos apuntes que incitaban a mantener la esperanza, o al menos una nueva esperanza, si me permiten el símil con la primera película de la saga de Star Wars.
Partiendo de esa constatación de carácter general, posiblemente no me equivoque ahora mucho si digo que intentar tener hoy una vivienda es un reto no sólo en Baleares, sino también mucho más allá de nuestras fronteras. Mire uno donde mire, la cosa no está nada fácil desde hace ya algún tiempo.
Ahora mismo estoy pensando, sin ir más lejos, en los esquimales de Alaska o de Groenlandia. Como saben, durante siglos pudieron vivir sin mayores preocupaciones en sus iglús, pues si algo sobraba en aquellas tierras era suelo sin urbanizar y nieve compacta. Pero por culpa del imparable avance del cambio climático, es posible que los inuits tengan que empezar a construirse ya muy pronto casas de hielo sintético en suelo rústico urbanizable o desclasificado.
En otras latitudes algo más cercanas a las nuestras, hay quienes optan hoy ya por soluciones quizás un poco demasiado drásticas, como el matrimonio protagonista de la serie documental Nuestro propio castillo, los Strawbridge, que vendieron su piso de dos habitaciones en el condado británico de Essex para adquirir a buen precio un 'chateau' del siglo XIX de 45 habitaciones en el norte de Francia. La parte negativa del asunto es que, según nos cuentan, llevan ya diez años reformando su castillo y que todavía no han terminado de pagarlo.
Si nos centramos ya directamente en Mallorca, los únicos habitantes que parecen tener solucionado por completo el tema de la vivienda son los glamurosos residentes que aparecen en la serie de IB3 Benvinguts a Ca Nostra. Por lo que respecta al restante 99,99 por cien de la población, en los casos más afortunados pagan como pueden una hipoteca o un alquiler, con la confianza de no verse nunca abocados a tener que vivir en la calle.
La presidenta del Govern es plenamente consciente de esta situación y por ello su Ejecutivo ha puesto en marcha un plan de choque para combatir la actual emergencia habitacional, tal como ha vuelto a recordar hoy.
Como saben mis lectores más habituales —que deben de ser entre diez o doce aproximadamente—, mi confianza en Prohens sigue siendo bastante grande, pero, por si acaso, estoy barajando ahora mismo varias posibles alternativas personales complementarias a dicho plan.
Una de esas opciones sería la de irme a vivir de manera permanente a un hotel, al igual que hizo en su momento el gran periodista y escritor Julio Camba, que vivió doce años en el Hotel Palace de Madrid. Otra posibilidad sería la de alquilar una caravana, pero no sé si esa idea sería muy del agrado de nuestro querido alcalde.
No descartaría tampoco llegar a alquilar algún día una casa encantada, con sus malos espíritus o con sus seres fantasmagóricos incorporados, como los de las películas Los otros o Dark water; pues una casa así siempre es mucho más económica que las otras, aunque también es verdad que muy posiblemente me daría un poquito de mal rollo o de yuyu tener que pedir la ayuda de un exorcista profesional del Obispado cada cierto tiempo.
A la espera de que esas posibles opciones habitacionales puedan llegar a concretarse finalmente o no, en mi día a día me entretengo mirando en Instagram perfiles de casas preciosas creadas por IA, con su chimenea encendida dentro y su nieve o su lluvia apagada fuera. A veces, también escucho mi canción favorita en cuestiones de vivienda, que es Mi casita de papel, en la versión de Jorge Sepúlveda.
Llámenme romántico, e incluso anticuado si lo desean, pues ese tema es de 1945, pero lo cierto es que me encanta escuchar aquello de "Encima las montañas tengo un nido/ que nunca ha visto nadie cómo es./ Está tan cerca el cielo que parece/ que ha sido construido dentro de él". Como escribió el periodista musical Ulises Fuente en La Razón, dicha canción hablaba "sobre el eterno sueño de los españoles: tener una casa en propiedad".
Para mí, lo mejor de esa composición era, sin duda, la estrofa principal: "¡Qué felices seremos los dos/ y qué dulces los besos serán!/ Pasaremos la noche en la luna/ Viviendo en mi casita de papel". Transcurrido ya mucho tiempo desde entonces, es posible que, tal vez, muchos de nosotros sigamos teniendo aún aquel mismo sueño de amor habitable o de habitabilidad amorosa ochenta años después.
Un comentario
Creo que España era uno de los pocos paises de Europa donde una gran mayoría poseía una casa. Creo que eso está cambiando.