A principios de los años ochenta, un buen amigo y yo no conseguíamos encontrar trabajo aquí en Mallorca, por lo que empezamos a buscarlo con el mismo gran ahínco en la Península, aunque también sin demasiada suerte. Fue entonces cuando comenzamos a pensar seriamente en la posibilidad de emigrar quizás al extranjero.
Ambos habíamos leído que uno de los países con mayor proyección laboral en aquella época era Australia. Es cierto que nos parecía que estaba un poquitín lejos, pero también es verdad que nuestra prioridad máxima en aquel momento era poder trabajar y ganar un sueldo, fuera donde fuera.
Así que decidimos escribir una carta a la Embajada de Australia, para que nos informase acerca de los requisitos necesarios para poder ser aceptados como inmigrantes en caso de que, finalmente, optásemos por querer irnos a vivir y a trabajar a ese lejanísimo y fascinante país.
En aquellos años, de Australia sólo conocíamos a los Bee Gees —que además resultó luego que eran británicos— y a Mel Gibson, por sus dos primeras películas de la exitosa saga de Mad Max. Y ya más indirectamente conocíamos también a los canguros y a los koalas, claro.
La Embajada de Australia nos contestó al poco tiempo, con suma amabilidad, enviándonos además una documentación muy completa sobre los empleos que entonces tenían mayor salida en el país, que en general eran del sector servicios. También se nos decía, como nos temíamos, que era conveniente tener un buen nivel de inglés.
Ahí sí que nos desanimamos un poco, porque el idioma de William Shakespeare nunca había sido nuestro fuerte, por decirlo de manera muy suave y comedida.
Apenas unas pocas semanas después de haber recibido la citada información, aquel buen amigo encontró por fin un primer trabajo en Palma, por lo que, de común acuerdo, decidimos olvidarnos de manera definitiva de nuestros aventureros y osados planes migratorios trasatlánticos.
Pero aun así, yo nunca me olvidé de Australia. A veces pensaba en ella gracias a The Seekers, uno de los mejores grupos de pop de los años sesenta, con joyas bellísimas como Georgy girl o I'll never find another you. Otras veces, eran sus estrellas cinematográficas o sus películas, como la maravillosa Lantana, las que me fascinaban por completo y me hacían soñar de nuevo con Australia.
En realidad, todavía hoy me siento especialmente unido a dicho país, de ahí que recientemente haya visto con sumo agrado y complicidad los programas de Españoles en el mundo o de Callejeros viajeros dedicados a las principales ciudades australianas, en especial a Sídney. Por un momento, incluso me imaginé a mí mismo saliendo quizás en alguno de dichos programas.
«Hola, qué tal. Mi nombre es Pep Maria Aguiló. Hace cuarenta años partí de mi Mallorca natal y me vine aquí, a Sídney. Desde entonces, me casé seis veces y tuve diez hijos. Actualmente, trabajo en The Sydney Morning Herald, domino el idioma inglés, soy una persona muy sociable y los fines de semana practico el rafting, el puenting y el surf».
Esa hubiera podido ser, con un poco de suerte y de imaginación, mi hipotética presentación ante las cámaras, vestido con un traje de neopreno y haciendo ondear con entusiasmo y alegría una pequeña bandera de Baleares.
Volviendo ya ahora por completo a la realidad, al mirar hoy hacia atrás y comparar mi pasado con mi presente, lo que más me sorprende de mí mismo no es que hace cuarenta años quisiera irme a las Antípodas, sino que hoy difícilmente sería capaz de moverme más allá del centro histórico de Palma o de sus calles y avenidas.