Narices hinchadas

El pasado domingo -jornada de fastos urneriles en Euzkadi y Galicia- me tuve que presentar en urgencias para solicitar ayuda médica a un otorrinolaringólogo. En recepción les advertí que del título académico de la especialidad sólo necesitaba la parte del “rino”; el “oto” y el “laringólogo” los tenía de narices. Cuando me atendió el facultativo de guardia me diagnosticó, con gran celeridad, que tenía las narices hinchadas. Como único tratamiento me recetó pasar unos días sin prensa, radio o televisión. Y es que, el mismo domingo por la mañana, un medio de comunicación me informó de una noticia procedente de la alcaldía de Madrid. El equipo de gobierno del citado ayuntamiento, con su alcaldesa Manuela Carmena al frente, había hecho públicas unas normas que debían seguir los periodistas al tratar los temas relacionados con la prostitución. ¡Agárrense!

Resulta que -según esta disposición (que entraría en vigor desde el mismo momento de su publicación)- determinadas palabras deberían ser substituidas por otras y, a la vez, algunas imágenes gráficas tendrían que modificar su contenido. Voy a citarles, solamente, un par o tres de ejemplos para que vean ustedes el percal que se gastan los ediles madrileños. De entrada, el vocablo “prostituta” dejará de exisistir en los medios públicos para transformarse en “mujer en situación de prostitución”. ¡Toma ya!

En la misma línea, a los hasta ahora “clientes” (personas que solicitan los servicios de una prostituta) deberá nombrárseles con el epíteto “puteros”, adjetivo hasta el momento aplicado a aquellos hombres que se iban de putas muy a menudo. En este nuevo precepto, el cliente de una sola vez ya alcanzará, inmediatamente, el título de putero; así, de este modo, se ahorrará escalones para lograr su título honorífico.

En cuanto a lo referido a la expresión gráfica o audiovisual, la imágenes que reflejen a las mujeres en situación de prostitución, seguirán, a partir de ahora, dos principios fundamentales para su difusión en los periódicos y las televisiones (no se habla de la radio, del cine o del teatro): no se las podrá mostrar fumando ni vistiendo zapatos de tacón. ¡Acabáramos! Hasta el momento, cuando aparecían imágenes de estas señoras se les acostumbraba a ocultar el rostro, cosa justificable; desde ya, tendrán que sufrir una manipulación gráfica para evitar las manos (con cigarrillos o puros encendidos) y los pies (sostenidos por alzas). No se me ocurre ningún comentario a esta brillante iniciativa corporativa. Por descontado, nada dicen de una eficaz persecución, por parte de los policías municipales, sobre los proxenetas, el auténtico meollo del problema en cuestión. Se trata, simplemente, de cambiar el vocabulario y la imagen para situarse mejor en la esfera de aquello llamado “políticamente correcto”; nada de intentar atajar el fondo castigando a los pervertidos y malignos negociantes de carne femenina; secuestradores y violadores, al fin y al cabo.

En catalán existe un refrán popular que viene a decir, traducido, que “quien no tiene nada que hacer peina al gato”; la ocurrencia me sirve como anillo al dedo para reflejar los disparates que se cuecen en un ayuntamiento que, seguramente, no tiene otros problemas más acuciantes.

El gran escritor francés André Gide soltó, en una ocasión, una frase que describe perfectamente la situación que comentamos: “el número de tonterías que una persona inteligente puede llegar a decir en un solo día es increíble. Y yo las diría, sin duda, igual que los otros si no me callara más a menudo”.

Y yo añado -con el permiso del Premio Nobel parisino- que si la persona, además, carece de inteligencia... ¡ni te digo!

¿Entienden ahora por qué se me hincharon las narices?

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