Recordarán ustedes, sin duda, cómo costó Dios y ayuda que Zapatero y los suyos reconocieran el inicio de la crisis allá por el 2008. Que si desaceleración, que si brotes verdes, que si mandangas de la China. En pocos años, estábamos enfilando el fondo del océano, como la proa del Titanic, y todavía los había que tocaban el violín en la popa.
Ahora el debate es justo el inverso. Los signos de recuperación –y, en Balears, es indudable- son constantemente relativizados por la izquierda, que de ninguna manera quiere admitir que la reforma laboral, con sus defectos, ha obtenido algunos réditos y ha contribuido a flexibilizar el mercado de trabajo.
La cifra de ocupados en las islas supera por vez primera a los del año 0 del cataclismo, aunque aún haya más desempleados registrados en las oficinas de empleo que entonces. Y, probablemente, no alcancemos el global de cotizaciones que entonces se ingresaban. Hemos padecido una de las mayores crisis económicas de nuestra historia reciente, no hay duda, y es posible que sus vestigios nos acompañen todavía algunos años. Sí, hay gente que lo pasa mal, familias a las que les cuesta llegar a fin de mes o que precisan ayudas sociales para sus necesidades elementales. Y seguirán marchando muchos –demasiados- de nuestros titulados superiores al exterior para lograr una ocupación adecuada a su esfuerzo académico. Pero el horizonte en 2016 ya no es el abismo pelágico, sino una calma con sol radiante que brilla allí, frente a nosotros.
El 26J nos jugamos, entre otras cosas, continuar con esta tendencia o volver a zarandear la nave con experimentos sobre su flotabilidad. Indudablemente, sería un error olvidar a las víctimas, hay que hacer un esfuerzo de solidaridad presupuestaria para socorrerlas con medidas eficaces, pero, desde luego, esto tiene otra cara. Reconozacámoslo.
