No es Hila todo lo que reluce

El efímero alcalde socialista de Palma, José Hila, pronunció su discurso de despedida como primer edil en el Debate de la Ciudad celebrado este martes. Un discurso en el que, curiosamente, habló más del futuro que de su gestión pasada, por lo que la rendición de cuentas que se espera en todo debate de estas características -y aún más si el relevo al frente de la alcaldía es inminente- fue más bien limitada. Más aún, Hila presumió de haber traído a Cort un nuevo estilo político más próximo a los ciudadanos. Debe referirse a abrir debates sin una demanda ciudadana perceptible, como el asunto de las terrazas de Es Born, o el no menos espinoso contencioso del monolito de Sa Feixina.

No se puede negar que el asunto más delicado de todos con los que el alcalde ha tenido que lidiar, ha sido la instrucción judicial de la causa que investiga la presunta trama de corrupción en la Policía Local. Es cierto que este asunto ha lastrado la acción política del equipo de gobierno. De eso no cabe la menor duda. Pero los reproches lanzados en su discurso, sin citar a nadie en particular, están fuera de lugar, sobre todo cuando la investigación sigue declarada secreta.

Palma no es una ciudad más limpia, ni más verde. Tampoco más segura, pues la Playa de Palma continúa siendo un territorio conflictivo y hostil para con los residentes y los turistas. Tampoco se ha solucionado el tema del segundo casino y tampoco el de Ses Fontanelles. Los vecinos de Santa Catalina y Es Molinar sufren el 'tardeo' como nunca. El alquiler turístico ilegal expulsa a los residentes del centro histórico de la ciudad. Los cruceristas siguen llegando al mismo lugar de la ciudad, sin que se haya hecho nada para repartirlos y paliar así la sensación de masificación. Y todo eso por no hablar del lio monumental para nombrar un director general del Casal Solleric, la recogida de trastos de EMAYA que ha sido un auténtico fracaso y la manía persecutoria con las terrazas de la ciudad, singularmente con las de Es Born.

Si en circunstancias normales, cuatro años a menudo no son un periodo de tiempo suficiente para articular un cambio apreciable, dos años lo son aún menos. La colección de logros que narró el alcalde habrán de servirle para regalar los oídos de sus concejales, pero en absoluto puede hablarse de que dibujen la realidad de la ciudad, donde los problemas se acumulan ante la autocomplacencia de quienes tienen la obligación de resolverlos.

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