Odio, racismo, xenofobia

El sábado pasado, junto a una de las máquinas expendedoras de billetes de aparcamiento de la ORA situada enfrente del mercado de Santa Catalina, un inmigrante marroquí saludó a un ciudadano autóctono que iba en coche con el cristal de la ventanilla bajado y se dirigió a él, a cuenta del partido de fútbol Portugal-España del día anterior, añadiendo: “viva España”, a lo que el conductor respondió: “siempre viva España”. Hasta aquí todo normal, pero a continuación añadió: “y los catalanes que se vayan a África”.

La apostilla resulta llamativa por extemporánea y porque expresa un odio visceral e irreconciliable hacia los catalanes, una catalonofobia extendida en una parte de la sociedad mallorquina y multiplicada en muchas zonas de la España peninsular. Todos los que hemos viajado con frecuencia y durante años por la península ibérica sabemos de la dimensión y gravedad del problema y nadie debería sorprenderse de que muchos catalanes quieran independizarse. Es lógico no querer convivir con quien, no solo no te aprecia, sino que te desprecia y te odia.

Pero la frase, en el contexto en que fue pronunciada, tiene aun más connotaciones negativas. Dado que envió a los catalanes a África, queda implícito que ese continente es un lugar poco deseable y ¡eso se lo dice a un africano!. No es solo una indelicadeza, una falta de tacto, sino que expresa una convicción de superioridad, una indisimulada prepotencia racial, un desprecio hacia el que se considera inferior, desprecio de tal calibre que ni tan siquiera se molesta en guardar las apariencias. Se veja al inferior sin complejos, que por algo somos superiores y, de paso, se asimila a los catalanes a los inferiores, se les rebaja de categoría y se les envía al indeseable continente con sus iguales, continente que, por otra parte, no deberíamos olvidar que es la patria originaria común de toda la humanidad, es decir, todos somos negros en origen, claro que el energúmeno en cuestión es probable que no lo sepa y que crea que los europeos fuimos creados “in situ” directamente blancos y superiores por la g. de Dios, como rezaban las monedas que llevaban la efigie del criminal dictador Franco, de quien el xenófobo vocinglero se debe probablemente sentir muy próximo.

En realidad, por desgracia, la xenofobia y el racismo forman parte de la historia de Europa y ni mucho menos han desaparecido, como demuestra el comportamiento de determinados gobiernos del este de Europa, como los de Polonia, Eslovaquia, Rumanía, Eslovenia y, sobre todo, Hungría y a los que se han añadido Austria e Italia, gobiernos todos ellos surgidos de elecciones en las que consiguieron mayorías más o menos holgadas, elecciones a las que se presentaron con programas y propuestas electorales populistas y, de manera más o menos explícita, xenófobas. Y también el avance electoral en otros países de partidos políticos populistas, de extrema derecha y declaradamente racistas.

El racismo y la xenofobia siguen anidando dentro de un porcentaje nada despreciable de la población europea. Y lo peor es que esa gente, cuando se mira al espejo, está perfectamente satisfecha consigo misma.

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