Las tardes fueron muy raras. El sábado y el domingo de la semana pasada, todavía en invierno, sin fútbol, fueron días muy raros, como sin alicientes. Debe de ser por la fuerza de la costumbre. El ambiente en las gradas, en el bar de la esquina, los amiguetes, una copa, las discusiones… Sin fútbol los fines de semana pesan como losas. Y estos tíos de eso que llaman Liga Profesional de Fútbol se habían propuesto fastidiarnos de nuevo con una huelga extraña, contradictoria, nunca bien explicada, un tanto absurda para cargarse el partido que dan en abierto. Bueno, los seis magníficos clubes que se han opuesto y ganado judicialmente, no es que quieran fútbol en abierto, lo que buscan es más dinero de la televisión, menos diferencias de ingresos con el Madrid y el Barcelona. Van a lo suyo, pero todo el mundo sabe que los únicos equipos que interesan en el mundo de la televisión de pago son el Madrid y el Barcelona, y, muy por detrás, el equipo local cuando juega fuera de casa y si pelea muy por arriba o muy por debajo de la tabla. El fútbol es un espectáculo que el espectador interesado tiene que pagar de una forma o de otra: por socio, entrada, por pago por visión, por producto publicitado, por dejar de percibir en prestaciones del Estado lo que los clubes deben y no pagan a Hacienda y la Seguridad Social, que a finales de 2008 superaban ampliamente los 600 millones de euros. Pero, claro, si queremos grandes jugadores caramente fichados y excelentemente pagados, si queremos espectáculo, tenemos que pagar, pero un partido en abierto no supone la ruina para ningún club si la televisión que lo transmite compensa con los beneficios de la publicidad. Y si los protagonistas de la quiniela es el fútbol, pues habrá que repartir beneficios con el fútbol, sobre todo con las divisiones inferiores. Pero menos huelgas, menos pulsos, menos politiqueo, menos delirios de grandeza mientras tengan esos agujeros negros en los libros de cuentas.
