El último año de una legislatura es siempre fascinante en todos los municipios. Los consistorios se ponen -al fin- en marcha y se asfaltan calles, se arreglan jardines y hasta los residuos desaparecen de nuestra vista. Es la magia que precede a todas las elecciones locales. No importan cuales sean las ideologías gobernantes, este es un principio general de la ciencia política, comprobable urbi et orbi.
Pero, para confirmar toda regla, tiene que haber siempre una excepción y, por desgracia, esta es Palma. Ni vomitando sobre la ciudad el espectacular incremento de la recaudación de impuestos que ha experimentado nuestra capital en el último ejercicio -más de 43 millones de euros- logrará Ciutat estar mínimamente presentable en 2023. Los cadáveres urbanísticos de Hila se fosilizan e incluso aumentan. Repasemos la lista: Lluís Sitjar, canódromo, velódromo, Jonquet, edificio de GESA, parque de Son Malferit, Can Serra, y otros muchos de titularidad privada que se degradan a ojos vista de todos los ciudadanos por culpa de la okupación y de los inefables coleccionistas de 'fragonetas' blancas -que proliferan en toda cuanta antigua construcción rural se extiende hacia el levante del municipio- mientras, eso sí, Hila persigue con amenazas de multa a propietarios decentes por no haber pasado la ITE a su debido tiempo.
Ello, por no hablar de la escasa capacidad de avergonzarse de nuestro alcalde, que consiente que, a pocos metros de donde se crió, exista aún el mayor vertedero ilegal a cielo abierto de la historia de nuestra ciudad, alimentado durante años ante las mismísimas narices de nuestro singular munícipe por antonomasia, al tiempo que él se hacía selfies, colgaba banderitas y lazos en Cort o dejaba a sus socios preferentes presentar el magno proyecto de una escuela de circo -para alimentar los semáforos, se supone- en La Soledat.
Mientras, Palma sigue dando asco de sucia pese a la megasanguijuela presupuestaria que es EMAYA, el incivismo prolifera -porque no se hace nada para atajarlo-, y la brigada anti-grafitis no logra dar abasto.
No, ni la magia de fin de curso salvará la calamitosa gestión de este ramillete de indocumentados que ha regido los designios de la capital de Balears desde 2015. En los próximos meses, se hartarán de ver fotos de Hila 'inaugurando' el reasfaltado de una calle o retratándose junto a las flores sembradas en los alcorques -última genialidad del Pacte-, mientras Palma, que es hoy una ciudad mucho peor, más incómoda e insegura y de escasa calidad de vida que hace solo una década, seguirá en respiración asistida, agarrada a la última esperanza de un fulminante desalojo democrático de esta tropa.