Esta semana, ARCA ha denunciado el pésimo estado de conservación y limpieza exterior de los edificios ferroviarios catalogados de la Plaça d'Espanya, blanco de grafitis sin sentido y que, además, se han convertido en refugio de personas sin hogar, ante la pasividad absoluta de las autoridades.
La respuesta de Cort ha sido que no pensaba reforzar el dispositivo de limpieza de la zona -que los vecinos confirman que es sistemáticamente ignorada por EMAYA- y que la situación de las personas que pernoctan allí es competencia del Consell y no suya.
Al margen de constatar que este pacte 3.0 hace aguas en cuanto a coordinación de sus distintas instituciones -pese a la 'alineación cósmica' que les proporcionó el poder en las tres más importantes de nuestra comunidad-, lo triste es evidenciar el deterioro progresivo que experimenta la imagen de la ciudad.
Mientras Noguera culpa a los turistas y al alquiler vacacional de todos los males, Palma se va convirtiendo en un auténtico estercolero, sus aceras en un jardín botánico de hierbajos y sus edificios en un lienzo en el que las bandas de grafiteros campan a sus anchas como nunca antes, a lo que debemos añadir la proliferación de chabolas en zonas próximas a la vía de cintura, de mendigos -la inmensa mayoría, falsos, al servicio de conocidas mafias del Este de Europa-, de aparcacoches coactivos y de transeúntes durmiendo en cualquier lugar, lo que erosiona sin remedio el recuerdo que se llevan los turistas de nuestra hermosa capital y provoca las iras de los ciudadanos, hartos de escuchar negaciones de una realidad que palpan y padecen día a día.
Por más que Noguera busque excusas pretéritas e Hila siga poniéndose de canto desde que cesó como medio alcalde, no existe pretexto válido alguno que justifique, tras más de dos años del supuesto gobierno 'de la gente', la inacción de Cort, del Consell y del Govern con relación a esta situación, que acabará afectando a la convivencia si es que no lo está haciendo ya.
Hila, y eso es innegable, heredó una ciudad sucia en la que había un enorme margen de mejora, pero lo que estamos viviendo dos años después no tiene parangón en la historia de Palma.
Sumemos a ello los complejos buenistas y apriorismos progres con relación a la mendicidad -falsa-, el chabolismo y los transeúntes. ¿Mendigar es un derecho o la humillación pública de un ser humano que debemos erradicar?
Llámenme ingenuo, pero pensaba que, aunque fuera por puro interés electoral, la izquierda gobernante lucharía contra estas muestras de la más lacerante desigualdad social, que dejan en ropa interior sus fundamentos ideológicos.
Otra falsa coartada es la de que estos males son inherentes a cualquier gran urbe occidental, por lo que debemos asumirlos como un tributo al crecimiento de la ciudad. Precisamente, acabo de regresar de una gran capital europea como es Amsterdam, que cuadruplica en población a Palma y que también experimenta las incomodidades derivadas de la afluencia masiva de turistas. Pues bien, contando con un gobierno municipal de izquierdas (Partido del Trabajo de los Países Bajos o PvdA), la capital holandesa está absolutamente libre de mendigos (falsos o legítimos), aparcacoches mafiosos y, por supuesto, de chabolas. Ni que decir tiene que las zonas céntricas y residenciales están a salvo de grafitis y no solo los edificios singulares.
Por lo visto, al Pacte 3.0 la ideología le sirve solo como instrumento para polarizar a la ciudadanía en torno a cuestiones tan 'apremiantes' para el palmesano medio como la interpretación de la Guerra Civil que vivieron nuestros antepasados hace 80 años o la situación del Sáhara Occidental.
Y, entretanto, olvida cuestiones elementales y perentorias de pura justicia social, que parecen importarle más bien poco. Probablemente los transeúntes, los chabolistas y los mendigos -falsos- no voten, y de ahí el desinterés del alcalde y su consistorio en gastar un solo céntimo en atender a esa población.
Pero los demás sí votamos y le aseguro, señor Noguera, que lo tendremos bien en cuenta.