Pancaritat

El arraigo romano en Mallorca se hizo a base de asentamientos de ex soldados, recompensados por sus servicios: Más de 3.000 con sus familias, consta, se distribuyeron por las islas; y a éstos se unieron otros colonos procedentes del pueblo y del campo del imperio. Esos antiguos baleares, generación tras generación, sin interrupciones, fueron hablando en su lengua romance. El “pla”, o mallorquín, que cita, más de mil años después, Ramón Llull, el sabio que nunca dijo que escribiera en catalán.

Un ejemplo de la andadura propia de la lengua y cultura balear, desde sus inicios romano-honderos, es la existencia de costumbres que han llegado hasta la actualidad, como el “Pancaritat”, que durante estos días celebramos entre empanadas y crespells. Una costumbre cristiana de los primitivos creyentes romanos que, con algunas variaciones, ha perdurado hasta hoy.

Podemos comprobar en la “Colección de varias obras en prosa y verso” editado en 1832, que Gaspar Melchor de Jovellanos recurre a Valerio Máximo (Libro II, cap I) para explicar el “Pancaritat”: “Instituyeron también los antiguos un convite solemne, con nombre de “Charistía”, al cual sólo asistían los parientes y allegados, para que si entre ellos se hubiesen suscitado algunos resentimientos, se concordasen en medio de las piadosas ceremonias de la mesa, y la mediación de tan buenos conciliadores”. La RAE define Caristias: “Convite familiar que los romanos celebraban en febrero de cada año, para hacer las paces entre los parientes.” Coincidía Jovellanos con esta definición: “Va conforme con la romana la costumbre mallorquina”. Así, al menos, en su tiempo. “No repugna que esta costumbre, así como otras muchas, modificada, y por decirlo así, cristianizada, se hubiese conservado aquí”, añade.

La pregunta es inevitable: ¿Cómo nos llegan estas costumbres hasta nuestros días si según la historia oficializada por el catalanismo el pueblo balear fue aniquilado sucesivamente, por musulmanes primero, y por “catalano-aragoneses” después?, ¿qué hablaba aquella gente, mayoritariamente del campo?, ¿estaban mudos y las huestes de Jaime I les enseñaron a hablar?, en catalán, claro…

A la luz de la historia imparcial, lo más claro y creíble, es la coexistencia románico-musulmana, que encontramos en toda la Iberia. No tan sólo es posible, sino lo más lógico y natural, el arribo hasta el presente, dentro del cauce normal de la civilización romana e islámica, de costumbres milenarias de los romano-honderos.

El “Pancaritat” y otras costumbres de Baleares, sobre las que no interesa profundizar ni analizar, desmontan el ridículo mito de la exterminación de la población. Argumentación básica para hacernos creer que tras acabar con la población, somos repoblados por otras gentes o empezamos a hablar en catalán gracias a la “labor pedagógica” de la conquista ¿catalana?

La continuidad de la población descendiente de los romano-honderos demuestra que nadie trajo lengua alguna, porque en Baleares, al igual que en el resto del mundo romanizado, ya se hablaba ese latín que degeneró en romance y que, con diferentes influencias, nos ha llegado hasta la actualidad. Donde intenta sobrevivir al multisubvencionado catalán estándar.

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