La progresión creciente del número de casos confirmados de infección por coronavirus en nuestro país en la última semana, está desatando una oleada de preocupación entre los ciudadanos, con señales de que podría evolucionar hacia un pánico generalizado, que sería más peligroso que la propia epidemia.
Se debe reconocer que, al punto al que hemos llegado, el desarrollo de la infección en nuestro país avanzará inexorablemente hacia un incremento progresivo del número de casos provocado por la transmisión directa entre personas, de los cuales muchos serán asintomáticos y la mayoría de los sintomáticos serán leves y autolimitados, un pequeño porcentaje presentarán complicaciones y una porción muy reducida resultará en fallecimiento del paciente, prácticamente siempre en personas con problemas cardiorrespiratorios severos previos, de edad avanzada, o con procesos que provoquen inmunodeficiencia.
Los especialistas en epidemiología manejan modelos matemáticos que predicen que, a partir de abril o mayo, en ciudades como Barcelona o Madrid se producirán entre cinco y diez casos nuevos diarios, la inmensa mayoría, insisten, de carácter leve y siempre y cuando se mantengan los protocolos actuales de contención y control de la epidemia, que es a lo que ya se puede aspirar, no a evitarla.
Así pues, no tiene ningún sentido entrar en pánico. Hemos de aceptar que la epidemia va a llegar y que muchos de nosotros nos infectaremos, la mayoría sin síntomas apreciables, algunos pasaremos una enfermedad leve, unos pocos un proceso más complicado y, por desgracia, algunos acabarán en defunción, pero nada que sea significativamente distinto de la gripe u otras infecciones respiratorias, con la única diferencia de que, por tratarse de un virus nuevo, el número de casos en este primer año puede llegar a ser bastante elevado.
Y no hay que entrar en pánico porque nuestro sistema sanitario es sólido, de gran calidad y puede hacer frente a esta epidemia con plenas garantías. Lo que hay que hacer es seguir escrupulosamente las directrices de las autoridades sanitarias ya que, como ya se ha dicho, las medidas de contención de la epidemia son fundamentales para evitar una mayor diseminación y mayores problemas.
No tiene ningún sentido acaparar alimentos, medicamentos, desinfectantes de higiene de manos, ni mascarillas; al contrario, hacerlo no puede sino perjudicar a quienes de verdad los necesiten y no puedan acceder por falta de suministros. Tampoco hay que sobrecargar los servicios sanitarios con demandas infundadas de atención por procesos nimios, amplificados psicológicamente por la aprensión, el temor o el histerismo.
El pánico es también tremendamente peligroso para la economía. La transmisión irracional de una exagerada e injustificada sensación de peligro contrae la actividad económica, retrae la demanda, disminuye los movimientos y tiene, en definitiva, un efecto negativo sobre todo el entramado productivo, comercial y turístico. Las organizaciones económicas internacionales, como la OCDE, ya han revisado a la baja las previsiones de crecimiento de la economía para 2020, advirtiendo incluso de la posibilidad de recesión en el conjunto de la eurozona. No conviene añadir leña al fuego ya existente.
Y que conste, la inmensa mayoría de las mascarillas que la gente está acumulando no sirven para proteger de la infección.