En alguna ocasión se ha dicho o hemos escuchado que todos tenemos una misión en este mundo, y muy probablemente sea así. Personalmente, creo que esa misión sería la de intentar hacer que el mundo sea algo mejor en lo poco o en lo mucho que pueda depender de nosotros.
Esa sería nuestra manera de agradecer que se nos haya otorgado el don de la vida, la de procurar que cuando un día nos vayamos hayamos conseguido, de algún modo, mejorar un poco este mundo, que sea algo más acogedor y luminoso que cuando nosotros vinimos de forma inesperada y no prevista a él. Para alcanzar ese propósito, a menudo quizás sólo sea necesario que cumplamos determinadas rutinas cotidianas o que contribuyamos con nuestro ejemplo a que haya pequeños cambios en nuestro entorno, aunque a veces puedan llegar a parecernos casi imperceptibles.
Todos podemos hacerlo, sea cual sea nuestra profesión o nuestra vocación. Así, con independencia de que podamos ser artistas, administrativos, artesanos, técnicos, especialistas, políticos, periodistas, profesionales liberales, científicos, operarios, médicos, maestros, obreros, grandes empresarios o pequeños comerciantes, cada uno de nosotros puede, si lo desea, mejorar un poco el mundo casi cada día, en especial la vida de quienes tenemos más cerca.
Seguramente, ese objetivo no sea tan difícil de conseguir como en ocasiones nos pueda llegar a parecer, pues a veces el mundo se mejora ya simplemente con una canción hermosa, con una película que nos ha emocionado, con un ensayo que nos ha hecho reflexionar o con un hermoso poema que nos habla del amor. El mundo se mejora también con una barra de pan crujiente y bien hecha, con la belleza o la utilidad de determinados objetos de uso cotidiano, con una persona que ha hecho hoy su trabajo lo mejor posible o con un maestro que ha contagiado en clase su pasión por el saber y por la vida.
El mundo se mejora igualmente cuando somos respetuosos y educados, cuando hablamos normalmente en voz baja, cuando ayudamos desinteresadamente a alguien o cuando pedimos perdón. El mundo se mejora del mismo modo con las leyes que tienen como objetivo esencial hacer más fácil la vida de las personas, con los profesionales que nos atienden en un espacio público de forma amable y cálida, con los medios de comunicación que intentan ser siempre ecuánimes e informar con veracidad o con las entidades que luchan para que no se apaguen nunca las antorchas de la libertad y de los derechos humanos.
Seguramente, el mundo se mejora ya sólo con que sintamos empatía hacia los demás, con que tengamos compasión y sepamos perdonar, con que pensemos que no siempre tenemos razón, con que seamos conscientes de que a veces tenemos que rectificar o iniciar quizás nuevos caminos en nuestras propias vidas. En el fondo, el mundo se mejora ya sólo con que soñemos o deseemos en lo más profundo de nuestro espíritu o de nuestro corazón que la realidad presente —o la futura— sea para todos sin excepción un poco mejor.





