He alquilado un nuevo despacho. En el distribuidor, antes de llegar a la entrada, hay varias pantallas. Proyectan imágenes de paisajes, auroras boreales, paisajes otoñales. Entro en una iglesia. Al lado de los bancos, ancladas en las columnas, penden pantallas. Voy a la carnicería. Detrás de los mostradores, dos pantallas de televisión de cincuenta y cinco pulgadas emiten videos promocionales, recetas con ingredientes de máxima calidad. Subo en ascensores con pantallas; información del tiempo, cotizaciones, últimas noticias, titulares. Salas de espera de dentistas, sí, también pantallas. Pantallas también incorporan los coches de ahora, todos muy grandes, muy altos, muy parecidos en su pantalla enorme que cruza de izquierda a derecha. Pantalla para el conductor, pantalla para el copiloto. Pantalla para controlar, para iluminar, todo en la pantalla, todo a través de la pantalla. Menú, submenú.
Y luego están los móviles, que por supuesto cómo no van a contar como pantalla al fin y al cabo. Horas de uso medio del móvil por rango de edad. Fuente sin confirmar, aquí todo fluye: hasta los dieciocho, seis horas. Más de diez, adicción. Seis horas es una mañana entera si te levantas sobre las seis. Un cuarto del día sin contar lo que es dormir mirando el móvil. Entre los diecinueve y treinta y cinco, ponen cuatro. De treinta y seis a los cincuenta y cinco, tres horas. Más de cincuenta y seis, sin datos. Hay más estudios, claro. Sin indicación de edad, de media, tres horas cuarenta minutos.
Hago números y podemos afirmar que pasamos una parte muy importante del día delante de una pantalla. No digo nada ya si trabajamos delante del ordenador. Pantalla todo el día. Pantallas por todas partes. Todo el tiempo el vidrio templado en nuestros ojos. Hay saturación, agotamiento. Pero empiezan a cambiar las cosas. Bob Dylan no permite la utilización de móviles en sus conciertos, ni para grabar ni para nada. Te dan una bolsa de neopreno al entrar y el teléfono se queda dentro, en tu poder, pero no lo puedes sacar. Se han dado cuenta que el teléfono interfiere en la experiencia del concierto, no sólo en la tuya, en la de todos los demás.
En China ya hay límites de tiempo de uso del móvil. Australia ha prohibido las redes sociales a menores, Francia limita el uso a mayores de quince, lo que nos lleva al ineludible requisito de la verificación de edad en internet, de esto hablaremos pronto. Todo se está moviendo hacia la identificación de mecánicas adictivas, problemáticas, encuadradas en el ámbito de la salud y su respuesta por parte de los poderes públicos. Una historia muy parecida a la del tabaco. Veremos.

Grande Diego!