La manifestación que cada año organizan los grupos proclives al soberanismo en Mallorca no acaba de tener la fuerza que sus impulsores desearían. Este año alrededor de 1.000 personas acudieron a la marcha tras una pacarta que rezaba: "De la autonomía a la soberanía". Este número de participantes no es representativo de los aspiraciones de una mayoría social que de respaldo a una hipotética independencia. Se trata más bien de un movimiento cualitativo, más que cuantitativo, pues sí se dejaron ver en la cabecera de la marcha el vicepresidente del Govern, el econacionalista Biel Barceló, junto a un expresident del Govern, Cristófol Soler. Se trata de dos pesos pesados que han declarado en muchas ocasiones sus preferencias soberanistas y que miran al proceso catalán con algo más que simpatía.
Aunque no se trate de un movimiento masivo los partidos mayoritarios, PP y PSOE, no deben denostarlo. Más bien debieran entender que hay gente que se siente más identificada con una realidad lingüistica, cultural e identitaria que es propia de lo que se conoce como "països catalans", más que con el resto de España. Esta proximidad cultural está a menudo espoleada por un sentimiento antiespañol derivado de la convicción de que España no entiende ni acepta la plurinacionalidad del Estado y que a menudo busca españolizar al resto de comunidades sin respetar sus singularidades. Ante esto convendría actuar con mano izquierda y buscar tender puentes que permitan que incluso los soberanistas estén cómodos en España. Recurrir a la descalificación de plano, como tan a menudo a sucedido, no lleva más que a ahondar las diferencias.
