La rutina del cambio de turno estuvo a punto de convertirse en tragedia el pasado lunes en Palma, cuando una mujer intentó lanzarse desde el puente peatonal de la carretera de Sóller. La escena, que habría pasado inadvertida para cualquier conductor despistado, terminó en rescate gracias a la rápida reacción de un policía nacional en prácticas que regresaba a casa.
El agente, aún con la jornada recién terminada, frenó en seco al ver a la mujer encaramada a la protección del puente. Para entonces, la víctima ya tenía medio cuerpo suspendido en el vacío. No hubo tiempo para demasiadas valoraciones: el policía se apeó del coche y se lanzó hacia ella justo en el instante en que parecía que iba a dejarse caer. La sujetó por detrás y, con un esfuerzo tan instintivo como desesperado, consiguió arrastrarla de nuevo hacia el interior del paso elevado.
Una vez a salvo, el agente pidió refuerzos y asistencia sanitaria. Cuando llegaron otras patrullas y atendían a la mujer, esta perdió el conocimiento, obligando a los propios agentes a trasladarla en un vehículo camuflado hasta un centro hospitalario para recibir atención urgente.
La intervención, tan discreta como decisiva, evitó un final trágico en una zona por la que miles de personas pasan sin mirar dos veces. A veces, la diferencia entre la rutina y el desastre es solo que alguien mire —y reaccione— a tiempo.






