Ese fue el lema de la campaña del PSOE en el año 1982. Un buen lema que decía todo lo que querían oír los españoles de esa época: cambio. Cambiar las cosas, las personas, las políticas, las ideas, los mensajes, las ilusiones y las esperanzas. Y le fue muy bien a Felipe González: ganó. El sustantivo cambio es ahora cambiado por el de podemos. Es decir, que podemos cambiarlo todo, si nos lo proponemos. De hecho, esta es la conversación más repetida en los últimos días, desde que las encuestas anuncian un cambio en la intención de voto de los españoles. Una vez más, la cuestión será votar o no votar. Si es votar, votar a quién. La mayoría de los encuestados, un 30%, dicen que ni a unos ni a los otros. Los otros dos tercios se quedan con lo malo conocido antes que lo malo por conocer. Centro derecha, centro izquierda, izquierda y nacionalismos se enfrentan a una posible opción de cambio, que puede cambiarlo todo. Pero ojo, para bien y para mal. Para bien, porque provocará nuevas mayorías y minorías, que deberán llegar a acuerdos para seguir gestionando las instituciones. El Gobierno nacional aprobará los presupuestos del 2015, que pueden ser prorrogados más años hasta que se llegue a un acuerdo entre los nuevos gobernantes que saldrán de las elecciones generales. Ellos, los nuevos, tendrán la oportunidad de cambiar el modelo electoral actual y adaptarlo a las nuevas demandas ciudadanas, que están muy alejadas de los intereses de los partidos. Tal vez, sería el momento de estudiar el cambio para imponer una segunda vuelta con solo dos partidos en pugna. Pero eso es consagrar el bipartidismo. Si lo dejamos como está, consagraremos los partidos bisagras, como fue el desgraciado caso de Unión Mallorquina aquí. Pero ojo, que el cambio puede ser la peor de las alternativas. No se olviden del dicho: son los mismos perros con distintos collares. El problema no son unos y otros. El problema son los partidos como organizaciones que reúnen a personas con intereses particulares que solo buscan su beneficio. Siempre he dicho, que en todos los partidos he conocido personas muy honorables. Grandes políticos que solo pensaban en el bien común y en los intereses de todos los ciudadanos, incluso, de aquellos que no piensan como ellos. Los corruptos empezaron a malversar el dinero público para financiar a su propio partido. Después, a los líderes de su partido y viendo como se las gastaban los “jefes”, decidieron que ellos también tenían derecho a una parte del pastel. Y así metieron mano en la caja, la de todos nosotros.
Cambiar si, pero si sabemos qué buscamos, qué esperamos y que estamos dispuestos a pagar por ese cambio.