Provenza sin lengua provenzal

Esta semana pasada he estado unos días de viaje por la Provenza. Aprovechando uno de esos vuelos baratos directos que ofrece la compañía aérea irlandesa del logotipo con el arpa celta, una hora de Palma a Marsella, hemos disfrutado de unos días de asueto por esa bella zona occitana.

Había estado de paso por Marsella hace muchos años y no recordaba prácticamente nada de ella, salvo la silueta de la basílica de Notre-Dame-de-la-Garde dominando la ciudad desde la colina sobre el Vieux Port. Me ha gustado mucho, a pesar de su aire decadente, sus edificios necesitados de rehabilitación y las dificultades para circular en coche privado por el enrevesado e incomprensible entramado de direcciones prohibidas, pero callejear por sus barrios tradicionales, pasear por los muelles del puerto viejo, evitando entrar en los bares y restaurantes que lo bordean, contemplar la venta de pescado directamente de las barcas en el muelle, visitar su magnífica catedral, conocida como La Major, el Fort de Saint Jean y la citada basílica de la Garde, todo ello ha resultado una experiencia muy agradable. También la gastronomía ha sido muy gratificante, sobre todo una espléndida bullabesa en Michel, en la rue des Catalans, consistente en un caldo oscuro y espeso, muy sabroso, unos pescados fresquísimos, arañas, escórporas, san pedros y rubios, un aïoli suave y una maravillosa salsa rouille para untar los costrones de pan y sumergirlos en el caldo que quitaba el sentido. Todo regado con un buen blanco de Cassis y rematado con un marc de Bandol.

Después de dos días en Marsella, otros tres recorriendo la Provenza occidental, Aix, St. Remy, Nimes, Arles, Tarascón, Beaucaire, Les Baux, Aviñón. Paisajes preciosos, frutales floreciendo, olores a verbena, a lavanda, a hinojo, viejos castillos, magnífico el de Tarascón, tan bello como feo es el resto del pueblo, murallas, palacio papal, anfiteatros romanos convertidos en plazas de toros, templo romano en Nimes y puentes, el medieval de Aviñón, incompleto y que tiene canción y el impresionante puente-acueducto de Pont du Gard, obra maestra de la ingeniería romana. Pueblos, castillos y murallas medievales, construcciones romanas, mercados en las plazas, productos de la tierra, verduras, frutas, embutidos, quesos, vinos, mieles, aceites de oliva (a precio de champán) y gentes educadas cuya cordialidad podría mejorar.

En Marsella apenas detectas ningún rastro de la lengua provenzal, la lenga d’òc en la que escribían sus poemas y cantaban los trovadores medievales y que estaba considerada entonces la lengua de prestigio de la literatura y la cultura, más allá de alguna placa conmemorativa en monumentos y edificios. En algunas ciudades, como Aix, la rotulación de las calles es bilingüe y algunas señales de carretera incluyen los nombres de las localidades en provenzal, pero no pudimos oír ni una sola conversación en la lengua de Mistral, ni siquiera en los mercados entre los agricultores.

Hablando con el anfitrión de la casa rural en la que nos alojamos durante dos días, cercana a Tarascón, nos reconoció que él aun podía hablar algo en provenzal, no con demasiada fluidez, pero que prácticamente solo hablaban en francés. Nos dijo que sus abuelos hablaban provenzal entre ellos, pero que ya a sus hijos les hablaron en francés, lo que fue un fenómeno generalizado y así, en solo dos generaciones, la lengua está al borde la desaparición. De hecho, solo en zonas montañosas de Bearne y Aude, en el valle de Arán en Catalunya y en algunas partes de Niza queda hoy en día un porcentaje apreciable de hablantes de la lengua occitana, pero el dialecto provenzal, que fue el más prestigioso y que incluso tiene un premio nobel, Frederic Mistral, el gran impulsor del renacimiento de la lengua occitana en el siglo XIX que, por desgracia, no tuvo continuidad en el XX, sino bien al contrario, está en el límite de la extinción.

Las razones de la desaparición del provenzal son diversas, pero todas convergen en la presión del estado francés para imponer la lengua francesa como lengua única de la administración y la educación. Sucede lo mismo con casi todas las lenguas minoritarias sin estado propio en toda Europa, incluso con algunas que sí tienen estado propio, como el gaélico irlandés, que a pesar de ser lengua oficial y propia de la república de Irlanda, no ha hecho sino retroceder desde la independencia; aunque un porcentaje apreciable de los ciudadanos irlandeses entienden e incluso hablan gaélico, el porcentaje de aquellos que lo tienen como lengua materna va disminuyendo inexorablemente. Mientras las gentes resisten y siguen utilizando la lengua, aunque solo sea a nivel familiar y de relaciones personales y la transmiten a sus hijos, ésta puede persistir, pero cuando se rinden y sucumben a la presión y dejan de hablar a los hijos en la lengua propia y pasan a hablarles en la lengua dominante, la suerte está echada.

La supervivencia de la lengua catalana, tanto en Catalunya como en les Illes Balears es un fenómeno único y del que podemos sentirnos muy orgullosos, pero el peligro de recesión está siempre presente. La presión de la lengua castellana, natural debido a su condición de lengua de importancia mundial, y la de la estructura administrativa del estado español, que ha demostrado y sigue demostrando muy poco interés en la conservación de las lenguas no castellanas, obligan a seguir resistiendo y persistiendo.

La educación es la base, el fundamento, de la supervivencia de la lengua. No deberíamos consentir que desde nuestras propias instituciones autonómicas  se ataque a la formación en la lengua propia, ni que se degrade o elimine la exigencia de su conocimiento en todos los ámbitos de la administración pública balear.

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