Puente aéreo anti-COVID

El 18 de junio de 1948, para impedir la fuga masiva de capitales hacia el Oeste, la URSS de Stalin reaccionó a las medidas monetarias adoptadas por las potencias occidentales en la Alemania ocupada bloqueando el acceso a la capital desde el exterior. Recordemos que, al igual que sucedía con el conjunto del país, Berlín, que se hallaba enclavado en la zona soviética, fue dividido en cuatro sectores, administrados por cada una de las cuatro potencias vencedoras de la II Guerra Mundial. En la práctica, pues, los soviéticos impedían que las zonas bajo control occidental recibieran suministros del exterior.

Estados Unidos, el Reino Unido y Francia trataron inicialmente de usar vías diplomáticas, que fracasaron. El virus del hambre y las privaciones se cernía sobre los ciudadanos del Berlín occidental y había que ingeniar algo, y rápido, para suministrar víveres y bienes esenciales a los berlineses.

El reto era mayúsculo, pues calcularon que había que acarrear 4.000 toneladas al día.

El 25 de junio, solo siete días después, comenzó a operar lo que se bautizó como el Berlin Luftbrücke, el puente aéreo de Berlín, que estuvo operativo hasta que el 19 de mayo de 1949 los comunistas hubieron de darse por vencidos y abrir el acceso a la capital de Alemania. De la incapacidad de los soviéticos para convencer a los alemanes de la bonanza de su régimen dictatorial, nació la República Democrática Alemana, títere de Moscú, y, solo doce años después, se levantó el infame muro símbolo del fracaso del comunismo, cuya caída desencadenó la de la propia URSS.

La proeza logística fue indudable. Los aviones militares de la época, fundamentalmente el Douglas C-54, apenas podían cargar un máximo de diez toneladas, lo que exigía un continuo ir y venir al aeropuerto del Tempelhof. En pocos meses, aterrizaban y despegaban de Berlín occidental 900 vuelos diarios, casi 9.000 toneladas de suministros al día, algo inaudito entonces.

No sé si esta historia les sugiere algo, a mí sí que me lo hizo.

Mallorca se halla sitiada y sin posibilidad alguna de sobrevivir un año más sin turismo. Es una evidencia, matizada por las palabras huecas de una clase política superada por su propia incompetencia y carente del valor exigible para capitanear a su pueblo y, al menos, contarle la verdad.

De esta forma, han tenido que ser los diferentes sectores sociales, castigados todos por el bloqueo económico, los que, aliándose, hicieran llegar a una administración ciega e insensible -ellos siguen cobrando cada mes como si no pasase nada de nada- que la situación está a punto de estallar.

Y, como en Berlín hace 73 años, son esos mismos "aliados" los que nos pueden salvar del bloqueo.

Afortunadamente, tenemos la capacidad logística idónea para ello.

La UE, el Gobierno de España y su lacayo balear trabajan al servicio de las multinacionales farmacéuticas y monopolizan en el territorio de la Unión la distribución de aquellas vacunas que los lobbys han impuesto. Aunque tengamos el dinero, no podemos comprarlas libremente e inocularlas por nuestra cuenta.

Pero, desde luego, nada impide que un ciudadano español viaje al extranjero -fuera de la UE, claro- y se vacune. De hecho, conozco el caso de conciudadanos nuestros residentes fuera del territorio europeo que ya han recibido sus vacunas.

Son Sant Joan es uno de los aeropuertos que soporta más tráfico de Europa en temporada estival. En 2018, pasaron por él 29 millones de pasajeros.

Mover, por tanto, unos cientos de miles de mallorquines en vuelos de ida y vuelta en un solo día a un tercer país de la ribera mediterránea es un juego de niños para nuestros operadores. En un fin de semana, todos los trabajadores de la hostelería habrían recibido su primera dosis. Si consiguiéramos comprar alguna de las de una sola inyección, nos bastaría un único viaje.

Y no hace falta incumplir ley comunitaria alguna. Nuestros hoteleros cuentan con empresas filiales en Marruecos, Túnez y algunos otros países. Se trataría, pues, de acceder al mismo mercado que ha suministrado a Israel o a los Emiratos Árabes y comprar unos cientos de miles. Y si cada quien tiene que pagarse la vacuna, pues se hace y punto. Invertir, por ejemplo, 100 euros por persona -viaje y vacuna- en asegurarse la subsistencia de nuestra economía no me parece ningún despropósito.

Mientras el Govern sigue blanqueando la inoperancia sádica de Pedro Sánchez y de la fracasada Ursula Von der Leyen, la sociedad civil podría estar solucionando el futuro de los mallorquines y resto de ciudadanos de Balears.

¿Una locura? Seguramente. También lo parecía abastecer Berlín con 4.000 toneladas diarias por aire en 1948.

El hambre, sin duda, es el mejor extractor del ingenio de nuestra especie.

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