Opinión mallorcadiario.com

Redes

Desde siempre, había aplicado a este substantivo (red) un significado simple y concreto: aparejo construido a base de cuerdas, alambres o hilos, en forma de mallas, dispuesto con el objetivo de cazar o pescar. Según como, también utilizado para sujetar algo o alguien.

Hoy en día, sin embargo, con el colosal salto al vació en todo aquello referido a las nuevas tecnologías, este nombre común ha pasado a representar a todo el entramado que se circunscribe al mundo de la computación globalizada, denominada, de manera popular, como “Internet”, así, a palo seco, sin más remilgos ni matices. O sea que, a los instrumentos de conexión planetaria, de nivel básico y internacionalizado, se les ha bautizado como “redes sociales”; y, aquí paz y después gloria.

No es que yo sea -probablemente por mi abyecta y avanzada edad- un gran usuario de esta macroestructura mediática, pero, claro, a uno -ni que sea a nivel cutáneo- no le gusta perder el tren de la vida y pretende -quizás erróneamente- utilizar todas las herramientas que el futuro (aquel futuro cercano pero que parece tan lejano) ha puesto en mis manos y, por lo tanto, intenta estar al día, aunque el día sea muy largo. Espero, de todas maneras, no asemejarme a aquellos viejos cochambrosos que con la burda excusa de tener, aún, un “espíritu joven”, se dedican a emular a los jóvenes modernos y -sin rubor ni sentido del ridículo- se lanzan a mover sus maltrechos huesos en el centro de una pista de baile de cualquier discoteca psicodélica a su alcance. No, en principio, soy consciente de mi fragilidad humana y procuro ser fiel a mi edad con la máxima discreción y humildad.

Entro, eso sí -y de modo ciertamente anónimo- en las citadas redes sociales, más que nada por ver que se cuece en el mundo, cómo opina el personal sobre las múltiples problemáticas que plantea el planeta y observar los distintos puntos de vista del vulgo internauta. Con esto quiero decir que me mantengo en una posición de voyeur, lo cual representa ver, oír y callar; pero nunca jamás intervenir públicamente. Es decir, para ellos (para el mundo planetario) no existo; es como si pensara en tinta invisible. No se si se me interpreta.

Dejando aparte algunas cosas interesantes que me proporciona esta metedura de ojo diaria en Internet, por lo demás, cada vez que me sumerjo en el interior de mi computadora personal, me horrorizo al ver la ingente cantidad de tonterías (chorradas, idioteces, imbecilidades, gilipolleces, etc.) que se mueven entre sus redes. Ya no es, sólo, la carencia mayoritaria de las más mínimas nociones de ortografía y sintaxis que se usan en estos foros (hablo siempre en general), sino que, también -a lo mejor una cosa lleva a la otra- se puede observar un nivel rasante de capacidad intelectual, así como de un clásico vacío cerebral en muchos de sus usuarios.

La gente, así en plan global, se ha echado al monte y, viendo las posibilidades que estos artilugios ofrecen a tutti quanti, se ha lanzado, sin ninguna clase de dudas, al ruedo telemático y, abandonando su escasa vergüenza, se ha dedicado a “opinar” en la misma línea en la que se opina en un bar de mala muerte a las cuatro de la madrugada, con el estómago caliente, el ridículo aparcado y una sed creciente de licores de alta graduación. La efervescencia de las ocurrencias es tal que -en otras circunstancias- alguien les debería prohibir conducir su coche (su ordenador o móvil) y dejarse llevar a casa por un amigo sobrio.

Sí, puede que chochee un tanto, pero lo que es cierto es que todavía me queda algo de sentido del bochorno como para augurar, sin cansarme demasiado, que este mundo se dirige a un destino absurdo y altamente contaminante (sí, también a nivel intelectual).

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