El título de este artículo se refiere a una expresión castiza que significaba, ni más ni menos, que se había acabado la fiesta (o lo que sea); es lo que, hoy en día, se diría como game over. Mi padre la solía utilizar en muchas ocasiones cuando algo dejaba de existir. Los argentinos expresan lo mismo con una sola palabra: acabóse.
El presidente de la República Francesa, el señor Macron, acaba de pronunciar una frase (corta, como su estatura) que viene a tener exactamente el mismo significado que nuestro citado título: “es el fin de la abundancia”, ha dicho, refiriéndose a las diversas crisis – de todo tipo- que amenazan el nuevo ciclo mundial en este otoño del año del Señor 2022.
Parece que la cosa no da para más. Cautiva y desarmada la letal pandemia de Coronavirus que ha azotado el planeta, se inició, hace ya seis meses, una guerra cruel (cómo van a ser las guerras sino crueles y salvajes) por iniciativa de un individuo paranoico y ciertamente peligroso, el tal señor Putin quien, como no quiere la cosa, va (fue) y se metió en un criminal berenjenal invadiendo un estado vecino, Ucrania. Y ya la tuvimos liada parda.
Es decir, que justo en el momento en el que el dichoso y mortal ataque vírico ha bajado la guardia (con los consiguientes resultados de millones de cadáveres injustos y la correspondiente miseria económica) el presidente de Rusia enciende otra mecha que puede, si cabe, reiniciar una masacre humana de sospechadas dimensiones y dejar a una parte de la humanidad (principalmente europea u occidental) a dos velas... velas de combustión arcaica, no de las que funcionan con gas o electricidad.
De lo que se deduce que, a partir de esta nueva estación del año, el otoño, una parte importante del mundo va a sufrir las consecuencias directas de la actuación de este “ido” de la exUnión Soviética; consecuencias económicas, políticas y criminales, comenzando con una inflación sin paliativos que dará lugar, sin duda, a una recesión monumental. Más pobreza general, más desigualdad y, en este caso, más frío; o menos calefacción, según se mire.
Por si todo esto fuera poco, Dios nuestro Señor -creador del mundo- nos está obsequiando (con la ayuda de una tremenda irresponsabilidad humana) con un cambio climático de un par de narices... o tres, cosa que no ayuda a mejorar una situación insostenible en unas pocas décadas de marras.
Durante esta canícula, el personal, así, en general, se ha dedicado a practicar un estilo de vida acorde con la expresión latina del carpe diem que, traducida al “cheli” vendría a ser aquello tan vulgar del “follad, follad, que son dos días...”. La gente -donde quiera que esté- ha lanzado la casa por la ventana y se ha puesto a disfrutar sin límites de ninguna clase y a adquirir la denominación que define el hedonismo de los antiguos griegos, o sea, “vamos a quemar las naves y todo lo que se ponga por delante; se entra pues en aquello que, tradicionalmente, es descrito como un “otoño caliente”, expresión parecida a la de la “cuesta de enero”.
Vienen intensos y cargados nubarrones oscuros...; que digo oscuros: negros, tenebrosos, amenazadores; con signos de violencia y resultados nefastos.
Puede que un servidor observe la situación con un punto de pesimismo; es lo que hay (respuesta moderna a todo aquello que no requiere de otra posibilidad).
En todo caso, les deseo, de corazón, un buen trayecto en este enorme socavón que nos puede tragar a todos y a todas también, claro... no faltaría más. Todo se puede hundir, excepto el básico lenguaje de “genero” (que no se pierda..., por favor!)
¡Feliz otoño!