Por si aun cabía alguna duda de la descomposición progresiva del Pacte, esta semana estamos asistiendo a un nuevo episodio de este astracán permanente en que nos tiene sumidos, esta vez a cuenta de la promoción turística -si debe existir o no- y de las sensaciones de nuestro conseller Iago Negueruela, para quien el agobio vivido este verano es solo eso, una sensación de los aborígenes y prou.
Mientras el área de turismo de Cort se suma con entusiasmo a la calamitosa gestión municipal del mal avenido equipo de José Hila, los socios de gobierno hacen públicas sus diferencias con relación al turismo de masas.
Todos, obviamente, hacen de cara a la galería profesión de fe por un turismo de calidad y bla, bla, bla, pero mientras Més -y a veces Podemos- pretenden eliminar del presupuesto la promoción turística, el PSIB pretende que la fiesta continúe, con frases para el mármol como la de nuestro conseller gallego.
La masificación no es, obviamente, una sensación de histéricos isleños, sino una realidad bien tangible a poco que uno se aproxime a la costa o pretenda deambular por Palma. Ya resulta completamente imposible acercarse a un antaño recóndito cabo o peñón, a cualquier hora, sin sentir la incómoda percepción de que aquí sobra mucha gente.
Lo peor de esta sensación es que no solo la experimentamos los mallorquines o ibicencos, sino también cualquier turista que no busque refocilarse una semana entre compatriotas borrachos. Queremos turismo de calidad, pero sometemos a ese visitante a las insufribles incomodidades de la masificación de baja estofa.
Ciertamente, para la izquierda debe ser muy frustrante que aquello que más te beneficia presupuestariamente sea lo mismo de lo que abominas a todas horas. Gracias a la masificación y al incremento de venta de viviendas a extranjeros, Armengol e Hila están haciendo caja a lo bestia. Si a ello unimos que estamos en año preelectoral, comprenderán por qué desde el poder se predica una cosa mientras se practica la opuesta. Ya decreceremos en otra legislatura, ahora toca, en lugar de enjugar deuda pública, hacer lo que eufemísticamente llaman unos 'presupuestos expansivos', que traducido para el ciudadano medio significa que va a haber un fin de fiesta en condiciones para tratar de conservar la poltrona; a cualquier precio, no lo duden.
La pregunta final es la de si ha de seguirse haciendo o no promoción turística. Los de Més dicen que no, los del PSIB que sí, y los de Podemos, ni lo saben ellos.
Sin embargo, la cosa no es tan simple como sus argumentos. Si pretendemos un 'cambio de modelo' -otro mantra del Pacte-, naturalmente que debemos promocionar el turismo, pero el de calidad, es decir, el cultural, gastronómico, deportivo, de naturaleza, residencial. Lo que no podemos seguir haciendo es promover ni un minuto más la bazofia turística en que se han convertido zonas enteras de nuestra hermosa costa, como Magaluf, algunas partes de la Playa de Palma y de Ibiza, etc. Al contrario, lo que habría que hacer es desincentivar que este turismo iletrado y bajo los permanentes efectos de las drogas y el alcohol siguiera viniendo y conseguir, en cambio, que disfrutara de sus vacaciones en su propia casa, para que los gobernantes de estos países tan civilizados sean conscientes de una vez de la clase de personal que tienen la gentileza de despacharnos cada verano.
Quizás habría que trasladar nuestros prósperos negocios y empresarios del turismo de borrachera al Reino Unido, Alemania y Holanda, para que tomen allí las riendas de esta recreativa actividad como titulares de bares, restaurantes, hoteles y complejos en los que pelearse a puñetazos con un compatriota, echar la papilla en la vía pública, apalizar a gusto a un taxista y todas estas costumbres tan curiosas y edificantes que nos vienen del Norte. Eso sí, en los hoteles no hace falta que haya balcones.
