Sirat

Dice el psicólogo social Jonathan Haidt que la naturaleza humana tiene un 90% de simio y un 10% de abeja. La parte de mono proviene de nuestra competición intragrupal (dentro del grupo): desde que éramos cazadores recolectores competimos con nuestros vecinos de tribu por conseguir más estatus y más cópulas, que viene a ser lo mismo.  Y la parte de abeja deriva de la competición intergrupal (con otros grupos), en la que lo eficiente es unirnos con los compañeros de tribu y cooperar en lugar de competir con ellos. Haidt dice, además, que existen unos interruptores («interruptores de colmena», los llama) que nos ponen automáticamente en modo abeja. ¿Cuáles son? Pues uno es la comunión con la naturaleza: uno va a la montaña, contempla un espectáculo grandioso, y de repente siente que forma parte de algo más grande que él. Por esta razón los movimientos tribales, como los nacionalistas, son tan aficionados a las chirucas. Otro interruptor, claro, son las drogas. Y el tercero es la danza. En todas las culturas hay ceremonias en las que los participantes bailan al son de los tambores, de forma sincronizada, hasta quedar exhaustos: esta es una receta universal para fundir a las personas en una masa. Parece que la oxitocina y las neuronas espejo tienen algo que ver en este fenómeno, pero qué sé yo.

Podemos entender, entonces, qué hacen unos desgarramantas en el desierto de Marruecos bailando, drogados hasta las cejas, al son de un sonido infernal: están en una rave buscando una comunión espiritual con gente como ellos. Pero ¿por qué son tan feos? No se veía un reparto así desde El nombre de la rosa. ¿Nos quiere transmitir Oliver Laxe algún mensaje como «la autenticidad está por encima de la belleza»? Pues ni idea. A este grupo tan poco estimulante llegan Sergi López y su hijo, que buscan respectivamente a su hija y a su hermana. Ella no está en la rave, pero allí se enteran de que se va a celebrar otra más hacia el sur. ¿Y para qué? ¿No pueden tener su comunión allí, sin más desplazamientos? Porque encima los participantes se enteran de que, mientras bailaban extáticos, se ha desatado una guerra, tal vez mundial. El ejército marroquí ha sido enviado para evacuarlos y trasladarlos a un sitio más seguro, pero algunos intrépidos perroflautas se resisten a dejarse desanimar por algo tan burgués como una guerra y se escapan. Y allí van, con sus furgonetas destartaladas, a buscar la segunda rave, que sospechamos idéntica a la primera. Y allí va también Sergi López, a una rave en el desierto en zona de guerra, con su hijo pequeño, lo que hace sospechar que el abandono de la otra hija a su imprudente padre ha sido bastante razonable.

Ya he dicho que los personajes de Sirat (salvo los outsiders Sergi y su hijo) son sorprendentemente feos, pero es que además son idiotas. Quizás el éxtasis les ha reblandecido el cerebro o venían así de fábrica, pero parecen completamente incapaces de tomar decisiones comprensibles, o de pronunciar algo mínimamente interesante o elaborado. Así que, cuando comienzan a ocurrirles cosas desagradables, el espectador (al menos yo) lo contempla con menos empatía que la que siente hacia los ñus que se empeñan en cruzar un río infestado de cocodrilos. Al menos los ñus seguramente tienen una buena razón.

Y luego llega un momento en que las cosas dramáticas empiezan a causar cierta hilaridad. 

La película es lentísima, carece por completo de diálogos, y en ella no ocurre nada relevante salvo los toques de involuntaria comicidad. Ignoro si Laxe (sospecho que sí) ha pretendido que sintamos admiración por estos personajes que se han resistido a ser deglutidos por la vulgar civilización y han preferido seguir siendo idiotas. En ese sentido la película me ha devuelto a mi juventud y a los cines Alphaville y Renoir, donde los directores de moda presentaban películas sin sentido y el sufrido público gafapasta lo tenía que montar él solito, como si fuera arte y ensayo de Ikea. Por mi parte, como decía continuamente el sargento Murtaugh en Arma Letal (esta no era de arte y ensayo), I’m too old for that shit!

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