Sobre el miedo

Las personas que tienen curiosidad por observar aquello que ocurre a su alrededor han tenido la ocasión de ver que los niños actuales no suelen tener miedo. Es una de las cosas más curiosas de la época presente. En primer lugar, hay que tener en cuenta que los mayores ya no pegan a sus vástagos como antaño cuando los progenitores creían, a pies juntillas, que arreándoles les educaban y les introducían en el molde social y en la disciplina cívica. A veces les cascaban por simple mal humor, por inclinaciones temperamentales o por falta de dinero. El resultado de estas actuaciones creaba un tipo de criatura asustadiza, amedrentada, huidiza, maliciosa y con todos los complejos de la hipocresía, a la par que que introducía el concepto del miedo por la inseguridad permanente.

Por otro lado, a los niños ya no se les narran cuentos de miedo y terror efectuándose la lectura, además, en habitaciones lúgubres, con escasa iluminación. Si me permiten una brizna de personalización, les diré que los cuentos que mi madre me relataba en mi casa de Martorell – ya de por sí fantasmal y decorada con azulejos monstruosos, mártires sangrientos y vírgenes torturadas- eran atroces: las historias y las consiguientes ilustraciones me causaban auténtico pavor. Parodiando el título de una serie televisiva actual “Aquí no hay quien viva”, se podía exclamar que “Aquí no hay quien duerma”.

En aquellas épocas, el paso por un bosque producía alucinaciones mentales; la aparición de un rostro desconocido cobraba un mundo de extrañeza sobrecargada de miedo; la proximidad de un cementerio ocasionaba un temor atávico e insostenible. El miedo, como reacción irracional fue favorecido durante muchos siglos por un ambiente determinado y preciso.

No he tenido ocasión, afortunadamente, de encontrarme en situaciones dominadas por un miedo racional. He oído silbar las balas (en mi servicio militar) pero no conozco un campo de batalla. El terror a volar por los aires (en un avión, claro) ha quedado casi eliminado. Hoy, el personal vuela masivamente y no se queja ni de los asientos. Hace años, el famoso escritor Josep Pla leyó una frase de Nietzsche que rezaba “las máquinas nunca se equivocan” y, automáticamente, dejó de subirse a un aeroplano. Hoy en día el único miedo que siento es el de encontrarme a una vecina pesada en mi escalera; o bien, a caerme de mi motocicleta; o a que me sirvan un entrecot recocido; o a que me inviten a una boda; y, evidentemente, el miedo al sufrimiento físico general.

Pienso, finalmente, que no está de más convivir con una cierta porción de miedo mientras que éste no asesine el pensamiento, la acción o la audacia brillante e inmediata. Por cierto, creo que la mejor audacia es la reflexiva, la que contiene un cierto grado de miedo, la consciente. Sufrir un esbozo de miedo es un signo indudable de civilización y cultura. Los muy osados suelen ser gente de calcetín corto…

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