“El exceso de información nos angustia”. Estas palabras de un filósofo francés quizás sirvan para explicar el acentuado pesimismo de los españoles en un momento en que las impresiones sobre su situación personal parecen reflejar una clara mejoría. La paradoja es rotunda: la percepción sobre la situación económica general no deja de empeorar, ya que las opiniones negativas han crecido cinco puntos en el último año y ya han batido todos los récords históricos de los últimos treinta. Y, sin embargo, las valoraciones positivas sobre la situación personal se mantienen estables o incluso mejoran visiblemente: cinco puntos en el último año y nueve desde octubre pasado. Son datos de los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas recogidos por La Vanguardia. La distancia entre el pesimismo sobre el estado de la economía en general y el que nace de la situación económica particular es oceánica: casi el 80% de los españoles considera “mala o muy mala” la situación de la economía, pero sólo un 18% (y nunca más del 25%) describe con esos mismos tintes sombríos su situación económica personal. En realidad, el porcentaje de ciudadanos que califican de “muy mala” su situación particular apenas supera el 5%. Y el contraste es aún mayor cuando se alude a las expectativas de futuro: únicamente un 17% de los ciudadanos cree que la situación económica de España mejorará en el 2011, mientras que casi un 36% piensa que empeorará. En cambio, más del 40% se muestra convencido de que las cosas le irán mejor personalmente en el 2011 y sólo un 16% cree que le irán peor. Esa falta de relación directa entre las percepciones generales y las particulares no deja de sorprender y se proyecta a lo largo del tiempo. Por ejemplo, según el reportaje del periódico catalán, en julio pasado se atenuó el pesimismo sobre el estado de la economía española pero, en cambio, disminuyó el porcentaje de ciudadanos que consideraban buena o muy buena su situación personal (y aumentó incluso el de quienes la describían negativamente). Las encuestas registran, además, otro dato que confirma ese divorcio entre las percepciones generales y las particulares (o que sugiere que las crisis ya no son lo que eran en 1929). Así, el porcentaje de españoles que se consideran muy o bastante satisfechos con su vida (más del 74%) es hoy el mismo que en el 2003 o el 2004, cuando la percepción negativa sobre la situación económica alcanzaba a sólo el 13% de los ciudadanos (65 puntos menos que ahora). Claro que ese porcentaje de españoles satisfechos con su vida personal no era muy distinto hace quince años (casi el 74% en 1995), cuando más del 60% de los ciudadanos expresaba una impresión negativa sobre la situación económica. ASIMETRÍA ENTRE LAS PERCEPCIONES PERSONALES Esa asimetría entre las percepciones personales y las generales generó otro episodio llamativo hace cuatro años. En el 2006, la tasa de españoles satisfechos con su existencia se incrementó hasta el 78,6% y se acercó al récord de enero de 1999 (80,6%), cuando la economía crecía aceleradamente. Y ello a pesar de que en el 2006 las percepciones negativas sobre la situación económica general se duplicaron con relación al año anterior y superaron el 25% (es decir, un nivel de pesimismo colectivo 14 puntos superior al que se registraba en 1999). Únicamente una pregunta tan directa y circunstancial como la relativa a la marcha de los asuntos personales parece reflejar cierta correspondencia con la coyuntura económica general, según el artículo firmado por Carles Castro. Así, mientras en el 2006 casi un 65% de los españoles confesaban que las cosas les habían ido bien o muy bien en el último año, en el 2010 (y con un aumento de 50 puntos en las opiniones negativas sobre la situación económica), ese porcentaje relativo a la buena marcha de los asuntos personales había caído diez puntos. Claro que en 1995 la percepción sobre la coyuntura económica era mejor que ahora y, sin embargo, el porcentaje de personas que aseguraban que las cosas les habían ido mal en el último año era mayor. ¿Dónde está entonces la causa del acendrado pesimismo sobre el futuro colectivo que expresan hoy día los españoles? La respuesta es inevitablemente compleja, pero hay un factor que emerge de entre los distintos indicadores de los sondeos: la incertidumbre. Y no se trata sólo de la desconfianza coyuntural que crean unos mercados codiciosos o unos medios informativos plagados de malas noticias. Se trata, sobre todo, de la extendida sensación de que el futuro común será peor. ¿La prueba? Hace 10 años, las opiniones mayoritarias coincidían en que problemas como el desempleo o la inseguridad mejorarían en el futuro. Hoy por hoy, de una lista de diez temas que incluye desde las pensiones a la inmigración o la sanidad, sólo uno (el terrorismo) registra una mayoría de opiniones optimistas sobre sus expectativas futuras. Y cuando la pregunta se centra en la herencia que van a recibir nuestros hijos, la respuesta es aún más reveladora: una mayoría de entre el 45% y el 73% de los consultados considera que ese legado será negativo en capítulos como el empleo, la calidad de vida, la protección social o las condiciones de trabajo. Una visión depresiva que parece contaminar todas las expectativas a corto y medio plazo. Y la incertidumbre alcanza a las propias hipótesis que intentan explicarla: empacho de información, sobredosis de profecías contradictorias o exceso de velocidad en los cambios sociales y demográficos.





