Tres días después del terremoto y el tsunami que han cambiado la historia de Japón, en Tokio se sigue ahora con la lógica atención lo que ocurre en Fukushima. No existe preocupación generalizada, sólo puntual, y especialmente entre la comunidad internacional. Los pensamientos de todo el mundo están ahora en que su seguridad prima ante todo, y para ello nadie escatima en esfuerzos. Dos factores asientan la confianza de la gente: la eficiencia y seriedad de un país como Japón, unido a que hasta ahora ningún experto ha alertado de que haya el más mínimo riesgo de que cualquier fuga, incluso en el peor de los casos, pueda llegar a Tokio. Circulan por la capital japonesa documentos confidenciales de altos directivos de los consejos de seguridad nuclear de los distintos países. La comunidad española tiene acceso también a las informaciones de los países latinoamericanos. Los mejor informados se sienten seguros en Tokio. Lo menos agradable es convivir entre quienes sufren cierto pánico. Se entiende que la gente sienta miedo, dada la monoprogramación de las televisiones, insistentemente con el plano aéreo de Fukushima. Es cierto que algunos europeos se han marchado de Tokio, dado que el clima social no la hace la ciudad más habitable. Pero una huída en estos instantes parece exagerada a la mayoría. Los momentos vividos desde el terremoto no han sido los mejores en la vida de nadie, para qué negarlo, pues la tranquilidad no impera entre movimientos de tierra y noticias constantes con la palabra nuclear. Pero aplicando un poco de sentido común, del que los mallorquines tenemos a veces, uno entiende que la fuente de sus temores procede de la ignorancia. Muy pocos entienden de fusiones de núcleo y de los revestimientos de las plantas radiactivas, pero es muy fácil dejarse llevar por los prejuicios. Los isleños, obviamente, no sentimos aquí el aislamiento que puedan experimentar otros foráneos. Esa es una cuestión importante para sortear la tentación de partir a nuestros países. Japón es un país admirable y un pueblo impregnado de valores que aplican día a día. Es una pena que su imagen se asocie a estas desgracias, pero seguro que también a causa de ellas han forjado una entereza y una templaza merecedora de todo el reconocimiento. Haber estado expuestos a situaciones tan extremas les ha ayudado a centrarse en lo fundamental, y no preocuparse por lo accesorio y lo superficial.
