El acrónimo NIMBY se inventó hace más de cincuenta años en Estados Unidos. «Not In My Back Yard», no en mi patio trasero, describe la reacción de un colectivo organizado que se opone a la instalación de determinadas actividades o industrias cerca de sus lugares de residencia. Estoy seguro de que movilizaciones de este tipo se producían desde mucho antes, pero tuvo que ser un periodista espabilado de Virginia el que les pusiera nombre.
Nótese que, en realidad, en la mayoría de los casos no se exhibe una oposición directa a la actividad o a la industria, si no sólo a su posible ubicación. La versión en castellano es mucho más clara: SPAN, «Sí, Pero Aquí No». Por esa contradicción, es decir, estar a favor de un proyecto siempre y cuando no lo tengamos cerca de casa, muchos de estos movimientos han sido tachados de insolidarios. Es fácil lanzar semejante acusación, pero tendríamos que vernos cada uno en esa misma situación. Entendemos la necesidad de un centro para la rehabilitación de toxicómanos, de una planta de compostaje, o de las antenas de telefonía móvil, pero la gran mayoría preferimos que se construyan o instalen en la otra punta del municipio.
Con el tiempo se fue un paso más allá, y el efecto NIMBY se trasladó a la arquitectura. Por muy afamado que sea el arquitecto, cuidado con proyectar un edificio de volumen o estética disruptiva. Si a los vecinos no les convence el diseño, o les tapa las vistas, mejor que se lleven el experimento a otro barrio. Frank Gehry sudó sangre por culpa de su Casa Danzante con vistas al río Moldava, en Praga. El «edificio borracho», lo bautizaron los vecinos, que habitan en casas de estilo gótico y art noveau. Veinte años tardaron en acostumbrarse. Yo me pregunto cuántas catedrales se hubieran dejado de construir en Europa si los NIMBY´s se hubieran organizado desde la Edad Media.
Pero aún quedaba un campo más de actuación para el NIMBY: el urbanismo. Los afectados se manifestaban contra la especulación o las recalificaciones que podían suponer un cambio radical e inesperado en sus condiciones de vida. Usted elige, y paga, por vivir en una casa, o en una urbanización, rodeada de suelo rústico, y un buen día alguien decide que, donde antes había un bosque, ahora se levanten bloques de apartamentos. Pero ahora, en Mallorca, le hemos dado una vuelta de tuerca al asunto.
Esta semana, el diario Ultima Hora se hacía eco de la «inquietud» de los vecinos de Ponent por el crecimiento de Palma. Ante el drama del acceso a la vivienda, el actual equipo de gobierno ha incrementado la edificabilidad del suelo urbanizable, o sea, del suelo ya previsto hace tiempo, mucho tiempo, para convertirse en urbano. Y los vecinos se quejan de que, donde estaba previsto que se construyera, se construya, en su opinión, demasiado.
Los argumentos críticos son llamativos: más tráfico, escasez de agua y menos equipamientos y zonas verdes. Y una duda más: el precio. Con tanta edificabilidad, los vecinos temen que “estas nuevas viviendas no sean para la clase media”. Se entiende, aunque no se dice de forma explícita, que quizá se pueda colar por ahí la clase baja. No queremos que los ricos se muden cerca de nosotros, porque todo se encarece. Pero tampoco los queremos pobres, porque pierde valor nuestra vivienda. Es muy enrevesado esto del urbanismo.
Estoy seguro de que ni uno solo de esos vecinos está en contra del derecho de todo ciudadano a una vivienda digna. Supongo que algunos de ellos tendrán hijos con serias dificultades para emprender un proyecto de vida independiente, y que la mayoría son conscientes de la extrema complejidad del problema. Pero parece más difícil de aceptar que el ayuntamiento, a la hora de desarrollar suelo con la máxima urgencia, toma las decisiones que le permite la Ley en función del interés general.
Todos sabemos que es necesario tratar los residuos que generamos, atender a los menores conflictivos, reinsertar a personas en riesgo de exclusión social y desarrollar las energías renovables. Sí, pero aquí no. Cuando aplicamos el SPAN al urbanismo, la solución al problema de la vivienda, en un territorio tan limitado como el nuestro, deja de ser complicada para convertirse directamente en imposible.
José Manuel Barquero