Recientemente, realizando una selección de personal para mi empresa, en un puesto de administrativa, me encontré con algo que me sorprendió, aunque, por desgracia, en los últimos tiempos se ha convertido en una dinámica muy habitual.
Al explicar a una candidata que el puesto no era temporal, sino todo lo contrario, y que, si cuadraban ambas partes, sería un puesto de larga duración, la susodicha me contestó que ella no podía comprometerse a largo plazo, que no sabía dónde iba a estar mañana como para comprometerse para más tiempo.
Pero lo peor es que me comentó que lo había explicado en su casa y le habían dicho que era un compromiso muy grande, responsabilizarse a largo plazo, y que le habían aconsejado sus padres que no debía coger el puesto de trabajo.
¡Me quedé con los ojos a cuadros! ¿imaginan esta misma escena hace 20 años, cuando todos los jóvenes suspirábamos por un puesto estable para así poder comprarnos nuestro primer piso y acceder a una estabilidad emocional y personal?
Al escucharla, pensé que tenemos un mundo al revés, o que las cosas han cambiado tanto que nos toca acostumbrarnos a que ahora todo es para ayer, rápido, sin responsabilidades, ni compromisos.
Parece que hay una alergia instaurada en nuestra sociedad que va más allá de una pandemia por un bicho; es al COMPROMISO.
¡Quién nos lo iba a decir a nosotros cuando suspirábamos por algo estable!
Antaño, todo lo que oliera a inestabilidad era sinónimo de salir huyendo. Una relación sin compromiso no estaba bien vista; un contrato temporal daba vergüenza, y una vida sin obligaciones nos daba pavor. Pero ahora las relaciones son de paso, los compromisos efímeros, y los trabajos, temporales.
Pero como ocurre en toda relación, en esta falta de responsabilidad una de las dos partes sufre. En el entorno profesional es el empresario que no quiere rotación, o el empleado que no quiere cambiar; en una relación de amistad o de amor son los afectos los que sufren, y una de las dos partes siempre sale mal parada.
Y así sería un suma y sigue. Por tanto, ¿cómo puede ser que hayamos conseguido llegar a un mundo al revés, donde los compromisos estén mal vistos?
Tal vez, es el miedo que está instaurado en cada poro de nuestra piel; o bien son las prisas constantes de todo para ayer, de productos caducados, de ropa mal hecha que solo dura una temporada, de electrodomésticos con obsolescencia programada, y las relaciones que se marchitan y se rompen a la primera porque nos aburrimos de la otra parte o, en realidad, de nosotros mismos.
¿Cómo hemos podido llegar a crear una sociedad tan podrida, falta de valores personales y con poca responsabilidad hacia nosotros mismos?
Todos somos víctimas y verdugos en esta historia; no hay nadie más ético que otro, porque casi todos, en alguna ocasión, hemos pecado en alguno de los pecados capitales y hemos llegado a ser partícipes de la sociedad que ahora tenemos en nuestras manos. Pero la pregunta no es esa, sino hasta cuándo seguiremos construyendo este mundo imperfecto que hace que nos duela el alma.
Poco me queda por añadir, ya que redundar en ello solo nos haría más sangre, pero, tal vez, solo tal vez, deberíamos de mirar a nuestro propio ombligo y hacernos la pregunta hacía dentro: ¿hasta cuándo voy a seguir siendo partícipe de esta sociedad corrupta que se muere día a día?
Está en nuestras manos cambiarla y verla con otro prisma, responsabilizándonos de cada uno de nuestros actos y de nuestra vida.
Estoy totalmente segura de que estamos a tiempo de volver a comenzar, poco a poco, a crear un mundo mejor entre todos. Solo tenemos que cambiar ciertos hábitos que se han instaurado por el miedo que nos han hecho tener a nuestra propia vida.
Comienza a destruir todos esos miedos que no te dejan comprometerte con el mundo y con los seres que en él habitamos.
¿Quieres acabar con tus miedos? Comienza hoy mismo, porque otra vida mejor nos está esperando.