La confianza de que un país tan preparado como Japón arreglaría la central de Fukushima se nos resquebrajó por completo cuando se detectó la primera fuga radioactiva. Llegaron resquicios a Tokio, que sin suponer riesgo alguno para la salud, para muchos de nosotros han supuesto un serio aviso. Lo que nos despertó más inquietud fue ver como en unas horas, el personal que trabajaba en la central pasó de 800 a 50. Es decir, que si 800 expertos a destajo no han sido capaces de contener lo más temido, una fuga, qué suerte correrá la central con los 50 que se han quedado. Ahora se habla de la vasija, el gran problema. Hasta ahora estaban intactas, pero ya no se tiene esa certeza. Además de que entre el Gobierno y la eléctrica encargada de la planta hay rencillas, y desconfían el uno del otro. En suma, un cambio respecto al fin de semana. El riesgo en Tokio ahora mismo es bajo, pero dada la evolución de la central, todo hace indicar que llegará un momento en el que no lo será tanto. Desalojar 30 millones de habitantes tiene el evidente peligro de los colapsos, y por eso muchos se han ido ya. Algunos se han marchado semiobligados por sus empresas, y otros por su cuenta pero respaldados por sus empleadores. Parece que tarde o temprano la ciudad se acabará vaciando en un grado u otro. Por ejemplo, de los 10 vecinos que somos en mi bloque, 6 ya han dejado la ciudad. Una ciudad que, por cierto, cada vez tenía un aspecto más deprimente, con supermercados sin comida, sin tráfico ni vida, y con un suelo demasiado bailarín. Yo me he ido también de Tokio. Ahora estoy en Osaka, a 500 kilómetros de la capital. El tren iba casi lleno. Para muchos no merece la pena vivir preocupados por lo que parece que va a pasar. Porque poco pinta que vaya a mejorar algo que se ha dejado a su suerte.





