Matas y Munar en la cárcel. Pujol que debería ingresar. Cañellas que se libró y los que están pendientes de juicio se empiezan a poner muy nerviosos y llaman a Pedro Horrach para hablar con él. Todos son unos mentirosos. Si este país fuese anglosajón o de la Europa del Norte, la gente les odiaría más por sus mentiras que por sus actos ilícitos y reprochables.
Cuando estudie derecho romano me sorprendía el valor que se le daba a la verdad, a la palabra dicha y por el contrario el desprecio a la mentira.
Al recordar tantas conversaciones, ruedas de prensa, debates en el Parlamento y en el Consell de Mallorca, me acuerdo de tantas mentiras dichas, que no tienen perdón.
Lo más penoso, es que desde pequeños enseñamos a nuestros hijos que siempre hay que decir la verdad, nunca mentir. Y ahora, con el paso del tiempo, nos damos cuenta que aquellos que fueron los ejemplos sociales, los líderes de la sociedad, los líderes de los partidos políticos, son todos unos delincuentes confesos o convictos. Y algunos, la mayoría, siguen sin querer pedir perdón por sus actos.
Y se olvidan que sus delitos fueron apropiarse o gestionar indebidamente mi dinero, nuestro dinero, el que pagamos con nuestros impuestos. Ese dinero que no pudimos disfrutar con nuestros hijos de vacaciones, o que no pudimos tener pagar el colegio, o para pagar el coche necesario para ir a trabajar. Cuando uno es pobre, como yo, valora mucho lo poco que tiene. Y si me demuestran que lo que he dado para contribuir al Estado, se lo han gastado en cosas particulares, entonces me rebelo y grito. Ya no me quedan ejemplos que seguir, ya no me quedan personas en las que creer y en quién confiar. Solo me queda recordar a Julio Cesar, su palabra me sirve para este artículo: Los hombres creen en aquello que se acomoda a sus deseos.
Decir la verdad, es decir que así sea.
