El fútbol español necesita una reforma urgente que nadie quiere afrontar y no se reduce a los mínimos cambios de reglamento que dimanan de la FIFA sin mayor resultado que confundir al espectador: que si se puede sacar de centro para atrás, que no se señala fuera de juego hasta que el jugador en posición antirreglamentaria toca el balón; en fin, chorradas.
El gato precisa cuanto antes de un cascabel que determine que aquellos que compiten en el mismo campeonato han de atenerse a las mismas reglas. Es impresentable que treinta años después de la imposición de las sociedades anónimas deportivas, el Real Madrid. el Barcelona, el Athletic y el Osasuna puedan guiarse por una normativa diferente a los 40 clubs restantes. De paso la segunda división exige regresar a la composición previa de 20 equipos anterior al asalto legal que, bajo el gobierno de Felipe Gonzáles, se articuló para evitar el descenso administrativo del Sevilla y el Celta, lo que redunda en una liga de 42 jornadas en la que, por si fuera poco, del tercero al sexto clasificados se someten a un play off añadido para dilucidar un tercer ascenso, mientras que el antepenúltimo de Primera no tiene tal prerrogativa. Tampoco estaría mal reconsiderar la reducción a 18 equipos de la división de honor.
De ahi hacia abajo, es otra aberración además de una ruina económica, la coexistencia de 80 conjuntos encuadrados en la mal llamada Segunda B, que no es sino una tercera división como un pino, para evitar a los más modestos gastos y desplazamientos que no compensan con sus ingresos. Llamemos a cada cosa por su nombre y dejemos de disfrazar de mayor categoría una competición fallida ya en origen.
Todos estos y otros cambios modernizarían un deporte reconvertido en negocio antes que en espectáculo y en lugar de tantas luchas intestinas e intereses creados. Claro que cualquiera se lo plantea a quienes se han acogido, adaptado y obtenido beneficios del sistema.







