Un monumento para unirnos a todos

A estas alturas todos somos conscientes de que la problemática que rodea la posible demolición del monumento sito en Sa Feixina, erigido en homenaje a los 786 fallecidos del crucero “Baleares”, hundido por torpedos procedentes del destructor Lepanto en la batalla del Cabo Palos, nada tiene que ver con la arquitectura ni con la riqueza patrimonial de una ciudad como Palma. Cuando hablamos de este monolito se despiertan sentimientos y sensibilidades a flor de piel que remueven por dentro y nos recuerdan hechos que ojalá nunca hubieran ocurrido.

Vaya por delante que, en mi humilde opinión, no debería derribarse el monumento, si bien es cierto que debería quedar claro por qué debemos mantenerlo en pie. En este sentido, debemos comenzar señalando que, en cumplimiento de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, conocida como la Ley de Memoria Histórica, el monolito ya fue despojado de toda su simbología fascista por el Ayuntamiento de Ciutat en 2010. Desde ese momento, ese conjunto de piedras se apartaba de su inicial finalidad exaltadora del bando nacional para convertirse en “símbolo de la voluntad democrática de no olvidar nunca los horrores de las guerras y las dictaduras”.

No obstante, y siendo esto así, todavía se quiere derribar el monolito. Mala señal. Y digo esto porque si queda claro que el objeto en cuestión ya no representa lo que representaba y que ahora opera como memoria colectiva del fracaso que supone toda guerra, pero sin embargo no remite la polémica que lo envuelve, aquí hay algo que falla. Algo no se está haciendo bien. Desde mi punto de vista, todavía no somos capaces de reconocer abiertamente nuestros errores del pasado y, a su vez, desprendernos del tremendo peso que eso supone, para dejarnos afrontar de la mejor manera el futuro.

Quienes vivieron en el destierro, quienes padecieron los desastres de la guerra en primera persona, quienes perdieron a sus seres queridos y quienes lucharon día tras día por lo que creían justo, saben que no hay nada en el mundo capaz de reparar el daño causado. Desde cualquier bando, desde todas las perspectivas posibles, no hay guerra buena. De hecho, todo lo que sucede durante una guerra es digno de ser olvidado.

Todos tenemos algún familiar que ha vivido esa tragedia y que ha experimentado el miedo a perderlo todo, absolutamente todo. En mi caso particular, mis dos abuelos lucharon en la Guerra Civil, y uno en cada bando. Ahí lo dejo. Y pasados los años, la mejor herencia que ellos me dejaron fue contarme, los dos juntos, cómo les había unido la vida después, por medio del amor de sus hijos, y cómo no permitieron que lo que pasó en aquellos malditos años pudiera separarles.

Cuando leo las declaraciones de aquellos que defienden mantener el monolito y las de aquellos que pretenden demolerlo, todavía se percibe demasiado dolor, demasiadas cuentas pendientes…y eso no conduce a ninguna parte. Creo que ya no debe hablarse de cultura del genocidio o cultura de acabar con el bando contrario. Precisamente en estos momentos más que nunca debemos dejar de lado los bandos. España está cambiando, estamos dando un paso más en nuestro proceso madurativo como país, hemos dejado atrás el bipartidismo, nos manifestamos como pueblo respetando las libertades de los demás, se acercan momentos de reformas constitucionales largamente esperadas por todos y, por si fuera poco, formamos parte de un fantástico proyecto común llamado Europa.

Pues sigamos avanzando y demostremos que somos capaces de reconducir la situación actual que tiene que ver con el monumento de Sa Feixina y convertirlo en algo positivo para todos. Y es que efectivamente quizás no baste con señalar que el monumento en cuestión no hace daño a nadie, que no atenta contra la estética general de Ciutat y que ya no representa solo a unos pocos. Debe también reconocerse que durante mucho tiempo hubo mucho sufrimiento, que hubo una guerra que causó infinito dolor y que esto no puede volver a ocurrir. El monolito de Sal Feixina no puede ser lugar de exaltación del fascismo, del mismo modo que no puede debería quedar reducido a un solar del que se extirpó un conjunto de piedras porque había que destruir todo lo que pudo significar en algún momento. Ni una cosa, ni la otra.

A mí, personalmente, me gustaría poder pasear con mis hijos por nuestra maravillosa Ciutat y que, al pasar por Sa Feixina, me preguntaran por el monolito. Por tanto, me gustaría que lo vieran, que no se encontraran un parque vacío. Querría que me interrogaran y poder contestarles que es un monumento que nació en un momento dado fruto de unas determinadas circunstancias que no van a volver a producirse. Y me encantaría que cuando ellos me preguntaran qué representa exactamente, pudiera contestarles: unión, pluralidad, reconocimiento de los errores, diálogo, consenso y perdón. Solo así contribuiremos a cicatrizar heridas que no tiene sentido seguir manteniendo abiertas. Hagamos el esfuerzo y que unas piedras no nos separen. Pensemos en un monumento para unirnos a todos.

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