Viviendo con el enemigo

Algunos de los que ayer se aprestaban a manifestar Je suis Charlie Hebdo en toda clase de redes sociales, como gesto de solidaridad con las víctimas del cobarde asesinato masivo de París, han mantenido, al menos hasta ahora, una actitud tibia hacia el fenómeno del islamismo. Porque, vamos a ver, musulmanes decentes los habrá a millones en todo el mundo, seguramente, pero la versión fanático militar de este credo está invadiendo no sólo los países árabes, sino que pretende extender sus tentáculos al menos en toda Europa bajo la advocación fantasiosa y demente de la guerra santa.

El problema para occidente es que la frontera entre un joven musulmán aislado de la cultura en la que vive, enfadado con el mundo, casi siempre sin oficio ni beneficio, y un terrorista sanguinario es cada vez más tenue o, dicho de otra forma, el primero es el segundo en potencia, con alta probabilidad de materializarse.

Uno de los asesinos de París fue condenado por reclutar salafistas en 2005 a tres años de prisión, tras los cuales no solo ha vuelto a las andadas, sino que ha escalado la cima más alta de la miseria humana.

Como no me canso de repetir, estamos en guerra, aunque abominemos de ella y queramos evitarla. Y, cuando una civilización completa está en guerra, aunque no la haya iniciado, solo tiene la opción de luchar para ganarla cuanto antes y con las mínimas víctimas propias, no hay otra.

Hasta que los buenistas y los imbéciles de todo género -que los hay, alguno muy conocido en la pantalla cinematográfica- no asuman esto, seguiremos perdiendo esta guerra de la civilización contra la barbarie vestida de culto religioso y amparada en los derechos en los que se cisca.

La lección de París es que, en el caso del islamismo, la presunción debe invertirse, y cuando se detiene a quien recluta futuros yihadistas no se le puede condenar a tres años, sino que hay que ver que en su manual del asesino por la gracia de Alá ya lleva escrito que va a asesinar y a torturar, siempre que le demos esa oportunidad, claro. Por tanto, habrá que modificar la legislación penal de nuestras naciones y, a una situación excepcional, darle un tratamiento del mismo género. Si en lugar de tres años, se hubiera impuesto a esta chusma una pena de cadena perpetua sin posibilidad alguna de remisión, en un penal especial donde lo pasara muy mal el resto de sus días, otro gallo nos cantara.

La primera vez que, por ejemplo, toleramos que un imán ordenara sacar a las niñas de doce años de una escuela, o que contemporizamos con la imposición machista del velo, el burka y todas sus variedades intermedias, comenzamos a perder esta guerra.

Nos costó mucha sangre y mucho dolor a la civilización occidental conseguir los derechos de los que gozamos, nacidos, aunque algunos lo quieran ocultar, de nuestra tradición judeocristiana, incluidas la libertad religiosa y la aconfesionalidad del estado. Ahora nos toca, otra vez, defenderlos con uñas y dientes, o desapareceremos. Caiga quien caiga y cueste lo que cueste.

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