En el reciente encontronazo de Vox con el episcopado español, a propósito del veto a celebraciones islámicas en espacios deportivos públicos, el filósofo salmantino Miguel Ángel Quintana Paz, que asesora a Vox a través de la ‘Fundación Disenso’, puso sobre la mesa ciertas reflexiones, en general, plenas de sensatez. Al filo de ellas, me permito, no obstante, ofrecer otras, un tanto impertinentes, que, a mi entender, son esenciales para arrojar mayor luz esclarecedora en el conjunto de cuestiones, que están en juego.
La Iglesia católica nunca hizo suya esta trascendental enseñanza de Jesús: ”Pues devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Ni siquiera supo aprovechar la oportunidad que le ofreció el hecho histórico de la secularización en la época moderna. No supo separar Iglesia y Estado, religión y política, y volver la mirada, y la acción, a la ‘primitiva actitud cristiana’ (Hannah Arendt). Y, en esas sigue estando, ahora mismo, su Jerarquía. Todavía se invoca la secularización como pretexto de los propios errores eclesiales. No es extraña, por tanto, la afirmación, profundamente acusadora, de Quintana Paz: “Son personas muy despistadas sobre qué es lo que de veras necesitan los hombres hoy”. Claro que tal acusación es también extensible a la posición religiosa tradicional y fundamentalista, que inspira la acción política de Vox.
En una línea similar, igualmente se puede compartir esta otra afirmación: “la mayoría de los obispos no son personas de gran formación sobre los problemas de nuestro tiempo” (Quintana Paz). Puede sonar a irrespetuosa, pero aparece como evidente y ganada a pulso. Son, en su mayoría, hombres del pasado, formados en centros del pasado y, por tanto, ajenos a la dinámica y a los planteamientos de los tiempos actuales.
Llevan mucho tiempo sin acertar con la tecla que les garantice en el futuro un clero formado para responder a las necesidades pastorales de nuestro tiempo.
No obstante la realidad de las dos precedentes acusaciones, el entorno de Vox, ya muy envalentonado con los resultados de las encuestas, había puesto grandes esperanzas en su política migratoria, un verdadero órdago frente al PP, su verdadero y obsesivo adversario. Ante la esperable, por otra parte, posición jerárquica católica, Abascal se sintió muy ofendido y hasta traicionado. En esta feria de la política, cada protagonista, en esto disiento de Quintana Paz, defiende sus intereses con carácter prioritario a los del pueblo. Desde esta perspectiva, Vox no debió extrañarse y montar en cólera. En cualquier caso, si hubiese mirado a la propia casa, habría advertido que en ella tampoco aparecía mucha coherencia que digamos con el interés general del momento: consolidar la alternativa necesaria al sanchismo. “¿Por qué ves la mota en el ojo de tu hermano y en cambio no te percatas de la viga en tu ojo? (Mt 7, 3)”.
La Jerarquía católica, en efecto, mal que le sepa que se le recuerde, ha venido observando un sospechoso silencio ‘frente a muchas políticas del Gobierno socialista’. Es una realidad innegable, una acusación profética que se le puede dirigir, aunque, en mi modesta opinión, susceptible de muy importantes matizaciones y, desde luego, en un tono diferente. Sin embargo, Abascal devuelve el golpe y responde con este exabrupto: “no sabe si se debe a los ingresos públicos que recibe o si tiene que ver con los casos de pederastia que tienen a la Iglesia ‘absolutamente amordazada’. Aquí sale a relucir, presuntamente, la auténtica identidad de Vox: procede como si fuera ‘la ira de Dios’. Algo muy español, aunque, felizmente, ya pertenece al ayer, excepción hecha de Vox.
Sin embargo, Vox está empeñado, presuntamente, en revivirla a diario. Olvida con ello que “no nos dispuso Dios para la ira, sino para obtener la salvación…” (I Tes 5, 9). No nos dispuso Dios para la venganza ni para la demagogia, sino para el perdón y el amor. No nos dispuso Dios para dividir y enfrentar a los hermanos. No nos dispuso Dios para otra cosa que no fuera el cuidado de lo humano, para humanizar la vida, para hacer un mundo digno. “El humanismo…, dijo Thomas Mann, es indispensable".
Por cierto, señor Abascal, se nota demasiado que la gente de Vox no anda sobrada de lecturas. El jueves pasado hubo control en el Congreso a la TV pública. El diputado de su grupo, Manuel Mariscal, significó una ‘consagración de la violencia’ (Antonio Lucas), al espetarle a su Presidente que “cuando lleguemos a RTVE dudo si entraremos con motosierra o con lanzallamas”. Para quienes han leído La montaña mágica, saben que “el lenguaje es la esencia de nuestro ser humanos” (Rob Riemen). Es más, desde su profesión religiosa católica, deberían tener interiorizado que las palabras pueden herir en vez de sanar (Mt 8, 5-13).
Nadie, señor Abascal, le ha nombrado instrumento de la ira de Dios. Por tanto, coherencia. Lo contrario, lo que viene impulsando desde Vox, es, en consecuencia, manipular e instrumentalizar a quienes le apoyan de buena fe. Y, por favor, no alegue supuestos principios cristianos como fuente inspiradora de sus políticas. La misma historia ya ha demostrado que el radicalismo religioso suele propiciar divisiones y enfrentamientos inaceptables e incompatibles con el Evangelio.