Vox y el bloque de la derecha

La crisis económica de 2008 puso de manifiesto la insuficiente capacidad representativa resultante de la alternancia de los partidos tradicionales -PSOE y PP en el poder-. Esto dio lugar a la aparición primero de Podemos y después de Vox. El caso de Ciudadanos es diferente.

El PSOE, inicialmente, optó por un claro desmarcaje con respecto al ultra intervencionismo propuesto por los de Pablo Iglesias, para más tarde asumir muchas de sus propuestas ya actuaciones radicales. De hecho, es imposible entender a Pedro Sánchez sin atender a la influencia de Podemos. Eso sí, haciendo siempre un discurso en un tono un grado menos agresivo.

El PP, por su parte y a pesar de las alianzas establecidas recientemente en ayuntamientos y comunidades, continúa en la fase de distanciamiento con respecto a Vox. Lo hace tanto en las formas como en el fondo, a veces sobreactuado. Quizás, esta última, es una de las causas que explican los resultados del 23J.

En mi opinión, Vox es un partido que surge al detectar falta de representación en su nicho electoral. Sus propuestas intentan, sobre todo, romper con los falsos consensos que ha establecido la izquierda con la finalidad de eludir el debate racional en muchas de sus propuestas. Una técnica antes ensayada, con notable éxito, por los nacionalismos periféricos. Efectivamente, sí la confrontación de opiniones y puntos de vista, desde una perspectiva racional, es el fundamento profundo de la democracia que desemboca en la alternativa en el poder, una forma de soslayar tal premisa es, justamente, presuponiendo que existen cuestiones que no pueden ser sometidas a tales escrutinios.

En su momento, los equipos sincronizados de opinión, constituidos en torno al nacionalismo, demostraron tener éxito al conseguir excluir del debate público los temas que no les convenía. Así, en las comunidades autónomas en donde rigen apenas hay posibilidades reales de alternancia, pues incluso las raras veces que ésta se ha producido quedan salvaguardadas todas sus iniciativas políticas. Quizás es por eso que Sánchez está haciendo lo mismo a nivel nacional, apelando a supuestos consensos que, en realidad, son el refugio de aquellos que carecen de capacidad argumentativa, al tiempo que le permite prescindir de la evaluación sobre la eficacia de sus políticas en la consecución de los objetivos a alcanzar.

Con esos mimbres, al PP, como partido de masas, le resulta tremendamente difícil rechazar los postulados del feminismo dominante que enfrenta a mujeres y hombres, suprimiendo derechos fundamentales a estos últimos. Lo mismo le ocurre con la gestión de la transición ecológica que empobrece a muchos, con la inmigración desequilibrada, o con otros tópicos de la ideología woke. Sin embargo, en una sociedad que se quiere democrática, y que aspira a mayores grados de justicia y bienestar, tales temas se tienen que debatir con la libertad y el sosiego necesario para favorecer su perfeccionamiento.

Ante tales asuntos, el falso consenso sólo admite posturas binarias, es decir, o estás a favor o en contra del feminismo, del ecologismo, de la inmigración etc. De esta forma, ciertamente nadie, y mucho menos un partido a representar al más amplio espectro político como el PP, está en contra de esos postulados. Sin embargo, hay muchas formas de gestionarlos, sobre todo, si en vez de convertirse en dogmas se atiende a la consecución de los objetivos deseados.

Vox, al igual que en su día Podemos, tiene una estructura típica de partido nuevo caracterizada por contar con relevantes personalidades de notable currículum y formación ocupando un primer nivel. Y junto a ellas, en un segundo nivel, militantes “muy cafeteros”, es decir, personas tremendamente ideologizadas que anhelan victorias rápidas y contundentes y, por tanto, con tendencia a la exaltación. Entre ambos tipos, a diferencia de los partidos tradicionales, no cuentan con los que podríamos denominar “funcionarios de partido”, o sea, con aquellos miembros que aceptan y defienden los argumentarios oficiales sin la menor brizna de crítica, al tener como objetivo personal hacer carrera en su seno. Este último tipo de afiliado es el que permite, a los grandes partidos, actuar como un bloque homogéneo sin sobresaltos.

Quizás por ello, pienso que el ideario de Vox, es sólido principalmente en su crítica a los postulados izquierdistas, pues más allá de esto sus propuestas a veces son liberales y a veces intervencionistas, a veces proteccionistas, e incluso a veces corporativistas.

Ante este hecho estructural, en mi opinión, el PP debe actuar con respecto a Vox, no de igual manera como lo ha hecho Sánchez con respecto a Podemos, sino que ha de buscar una sinergia en la ruptura de los falsos consensos, al tiempo que modere, con propuestas propias, racionales y bien fundamentadas, el cómo se han de liderar esos y otros grandes temas nacionales.

El debate, y no el falso consenso, es la esencia de la democracia liberal y del auténtico pluralismo. Existen muchas formas de entender la igualdad entre hombres y mujeres sin necesidad de pierder derechos fundamentales y, a buen seguro, con mejores resultados que los conseguidos por está izquierda de buenos y malos. Lo mismo se puede decir del resto de temas aquí mencionados.

Sánchez con su muro, al igual que Zapatero con su pacte del Tinell, ha conducido a todo el país a una política de bloques que es inútil ignorar. Pienso, sinceramente, que volver a equilibrar el tablero del que habla Cayetana Álvarez requiere poner el debate racional en el centro del espacio político, y a su vez hacerse inmunes a las flechas envenenadas lanzadas desde los equipos de opinión sincronizada alimentados desde las estructuras de poder, que, desde hace tiempo, están en manos de la izquierda y del nacionalismo.

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