Pongo este titular aun a riesgo de haber tenido la misma idea que algún compañero de columna. Consecuencias de no ser original.
Hoy es día de reencuentros, ilusión,estrenos, atascos, lloros y barracones. Todo un melting pot que sirve para que los medios de comunicación llenen sus espacios con las típicas escenas de cada año.
Y si podemos clasificar a los alumnos entre aquellos que muestran su alegría ante el inicio del curso escolar y los que les supone una gran tristeza, la fauna progenitora también puede dividirse entre aquellos que se resignan estoicamente ante el ingente desembolso realizado en ropa, mochilas, cuadernos, libros y dispositivos electrónicos, y los que quieren hacer de ello una demostración pública de capacidad económica, en muchas ocasiones aparejado con un endeudamiento encubierto. (Dejo aparte al subgrupo que lo conseguirá todo vía ayuda social y que se suele caracterizar por no haberse conformado con uno o dos hijos).
La elección del colegio es una de las decisiones más importantes a las que se enfrentan los padres y madres, y suele ser motivo de agria controversia entre aquellos que decidieron emprender una vida por separado. Son muchas las variables que se toman en consideración: público/privado (concertado), laico/religioso, cerca de casa/cerca del trabajo, uniforme/no uniforme, segregado/mixto, alternativo/tradicional… todo ello sin tener en cuenta que los elementos que más procuran el éxito académico son exógenos al ámbito escolar, esto es, la capacidad intelectual del menor y la educación recibida en el ámbito familiar.
El año pasado, los dos alumnos que mejor nota sacaron en las pruebas de acceso a la universidad, Joan Rosselló Bover (9,850) y Margalida Rosselló Puigserver (9,810) explicaban a los medios de comunicación que habían estudiado en institutos públicos, y que estaban muy orgullosos de la educación recibida en ellos. En el caso de Joan -el de Margalida no tengo el gusto de conocerlo- nos encontramos ante un joven de mente privilegiada a quien en casa se le han inculcado los valores del trabajo, el esfuerzo, la seriedad y la humildad.
A pesar de ello, y consciente que la educación no sólo significa sacar sobresalientes, es más que comprensible que muchos padres quieran huir de aulas prefabricadas, profesores de baja que tardan siglos en ser sustituidos, amenazas de huelga, incertidumbre en la obtención de plaza y “mangarrufas” en la fase de elección de colegio, y, por ello, opten por una educación privada o concertada.
Ahí está lo bueno, que no existen opciones ni mejores ni peores. Todo lo contrario. Tenemos que congratularnos por tener un sistema que nos deja margen de elección según nuestras conveniencias, posibilidades y principios.