A vueltas con el Sovaldi

Las asociaciones de afectados por la hepatitis C están que trinan contra el Ministerio de Sanidad por los escasos recursos que se van a destinar a la prescripción de un medicamento que parece ser tan eficaz contra la dolencia como caro.

Hablamos de una enfermedad que puede llegar a ser mortal y de un medicamento que parece ser que funciona en un buen número de casos. Los enfermos de hepatitis C y sus familiares exigen al Gobierno que dicho medicamento esté disponible a través de la Sanidad Pública y que, por tanto, sea el Estado el que afronte los entre 25.000 y 100.000 euros que cuesta cada tratamiento.

El nuevo Ministro de Sanidad ha resuelto crear una Comisión de Expertos para definir las líneas de actuación antes de tomar decisión alguna. No me parecería una mala decisión si no fuera porque la hepatitis C no es precisamente una enfermedad tropical sorprendente. ¿Por qué no se ha creado hasta la fecha esa Comisión de Expertos? ¿Es que acaso la Ministra Ana Mato era incluso más inútil de lo que ya ha demostrado?

De todas formas, con o sin Comisión de Expertos, el problema de este famoso medicamento es que un tratamiento con él vale una pasta. Ahí está la cuestión. En las depauperadas, recortadas y asoladas cuentas de nuestra Sanidad que fue Pública no cabe posibilidad alguna de afrontar el importe de estos tratamientos para todos los enfermos, y hay que decidir cómo aplicar de la forma más eficiente unos recursos escasos. Economía pura.

El recurso más fácil ahora es atacar a la empresa privada que ha financiado la investigación durante años para poder patentar el medicamento y comerciar con él. Se la acusa de hacer negocio con la vida de la gente, se advierte que se le puede expropiar la patente… En definitiva, se la acusa de hacer lo que hacen las empresas privadas: invertir recursos propios para obtener un producto y comercializarlo para obtener cuanto más beneficio mejor, para recuperar la inversión y repartir dividendos. Los hay que fabrican coches, relojes, mesas… y otros, productos farmacéuticos.

Me parece muy bien que no estemos de acuerdo en que las empresas privadas del tipo que sean hagan negocio. Si ese es el escenario, pensemos en alternativas de economía planificada en la que todos los medios de producción sean del Estado.

Si no queremos ir tan lejos, también me parecerá muy bien que consideremos que determinados sectores industriales no deben estar en manos privadas (defensa, energía, infraestructuras, farmacia…). Si es ese el escenario, pensemos en alternativas de economía intervencionista en la que esos sectores estén en manos del Estado.

Pero como dice el refranero, soplar y sorber no puede ser.

No se puede pretender convertir la investigación española en un desierto, desangrándola a base de contratos precarios, de becarios cuarentones, de permanente penuria financiera y de fuga de cerebros no solo al extranjero sino también al bar de al lado a poner cañas (mucho más rentable) y a la vez clamar al cielo cuando quien investiga es una empresa privada y trata de hacer negocio con ello.

No queremos que los medicamentos los descubra un inversor privado. Perfecto. Hagamos de las universidades, de los hospitales y del CSIC centros punteros de investigación a nivel mundial. Dotémosles de recursos para que el personal que trabaje en estos centros pueda al menos plantearse tener una casa y una familia. Pongamos medios, proyectos y líneas de investigación encima de la mesa.

Y no hagamos esto solo en año electoral, o en años en los que no hay crisis. Hagámoslo siempre, con paciencia y entusiasmo. España es pionera en la investigación del grafeno. Pero no tiene medios para producirlo. Así que España acabará comprando la producción de aquello en lo que es pionera a cualquier industria extranjera que ponga los medios para producir el material del futuro.

Vivimos en el que inventen ellos. Pero después no queremos pagar el invento. Vivimos en la permanente garrulería, en la picaresca institucional, en la trampa y en el trile.

Los enfermos de hepatitis C claman hoy contra el Gobierno no solo porque no se les facilite el recibir un medicamento que les puede curar, sino porque el Gobierno este, o los de antes, no son capaces más que de balbucear y poner cara de lerdos cuando se les habla de excelencia investigadora y de lo que supone para un Estado tanto en prestigio como en resultados el disponer de centros de investigación punteros.

Aquí, sin embargo, optamos por aeropuertos sin aviones, trenes sin pasajeros, metros acuáticos y palacios de congresos fantasma. Los estudiantes que pretenden investigar o se largan fuera o lo dejan cuando se dan cuenta de que además de investigar es necesario comer y tener un techo, especialmente si quieres tener familia, hijos o tonterías de este tipo…

Algún día se descubrirá la cura del cáncer. No sé ni cómo ni cuándo. Pero igual que el SIDA dejó de ser mortal, el cáncer también dejará de serlo.

¿No les gustaría que esa cura surgiera gracias al esfuerzo de nuestro país, en un centro público y que el medicamento estuviera al alcance de todos por un precio asequible para cualquiera en todo el mundo?

Personalmente, a mí me gustaría mucho. Pero desde luego no estamos en el camino. Ni de lejos.

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