Agosto es época propicia para el negocio en Mallorca. Del pesimismo de pocos años atrás, estamos pasando a un abierto optimismo, cuando no euforia, entre los pequeños comerciantes y empresarios que viven en gran medida del turismo. Que dure.
También el comercio ilegal se beneficia de nuestro boom, saturando paseos y lugares de tránsito habitual de los visitantes dispuestos a gastar su dinero. Se trata de un fenómeno a escala europea, que las administraciones no han sabido, ni en realidad han querido, atajar. Lo que ya es el colmo es que los artífices de la ilegalidad tengan la desfachatez de manifestar su voluntad de sindicarse y, encima, de anunciarlo públicamente en diferentes capitales españolas, lo que, desde luego, habla bien a las claras de la ‘espontaneidad’ de este movimiento. Como si lo suyo fuera la reivindicación de unos derechos que se les negaran o un intento de rebajar la jornada o aumentar su salario.
Hay mucho interés en juego en esta cuestión. No es, como ciertos políticos miopes pretenden hacernos creer, un mero asunto de servicios sociales o, al menos, no es esa su vertiente principal. Ciertamente, el comercio ilegal de los manteros está respaldado por un sindicato, claro, el sindicato del crimen, el de las mafias que trafican con género falsificado de ínfima calidad, que roban puestos de trabajo a industrias que pagan impuestos y crean empleo regular y a nuestro comercios de proximidad. Y a todos nosotros, que permitimos con nuestra indiferencia la existencia de un sector que mueve ingentes cantidades de dinero que no tributan, mientras nuestros políticos no saben ya qué inventar para exprimir a las clases medias, mientras no paran de llorar por la austeridad impuesta.
Luego, algunos se llenan la boca con soflamas a favor de la persecución del fraude fiscal de las ‘grandes fortunas’. Pues eso, ahí las tienen, delante de sus narices. A ver si van a ser tan necios de creer que todos estos manteros han surgido de la nada, como un movimiento en pro de los derechos de un sector de los trabajadores, una cooperativa de trabajo social de pobres inmigrantes sin papeles. Algún malnacido gana dinero a espuertas por medio de este ejército de peones en régimen semiesclavitud. Pero, mientras tanto, nuestros políticos miran para otro lado.