Ya estaba tardando esa lumbrera política en opinar sobre el llamado “problema catalán” o -para los más suaves- la “cuestión catalana”. Desde hace ya algunas semanas, antes de sumergirme en la cama para intentar conciliar (¿por qué será que este verbo sólo se utiliza con fines somnolientos o con el paquete “vida laboral y familiar?) el sueño (lo ven?), me arrodillo ante la mesita de noche que, habitualmente, me sirve de altar y, en lugar de mis rezos consuetudinarios, pido a la Virgen del Amor Hermoso (mi favorita: me ha concedido gracias cuando todas las demás han pasado siempre de mí) que el diputado Guerra opine sin tapujos sobre el “desafío secesionista catalán”. Nunca es tarde si la dicha es buena. Y, claro, del pico de oro del orador andaluz no podían salir más que brillanteces mentales.
Desde el día 5 de noviembre del 2015 no le había oído hablar sobre esta cuestión tan problemática para España; por ese motivo le rezaba yo a la Virgen; para que, de nuevo, mis pabellones auditivos pudieran, una vez más, deleitarse con sus siempre interesantes consideraciones. En aquella ocasión, en 2015, el compañero Guerra dijo textualmente: “hay que comparar la rebelión contra la ley o el golpe de estado civil del 6 de octubre de 1934 en Cataluña (cuando el president Companys declaró el Estat Català) con la actual situación emprendida en la actualidad por los nacionalistas catalanes. Espero que ahora, el Estado, responda igual de bien que hace ochenta y un años”. Bueno, el “ahora” ya cumple ochenta y tres, claro. Sólo quiero recordar que en 1934, el glorioso ejército español, reclamado por las autoridades competentes, claro, solucionó el conflicto a cañonazos, sí, han leído bien, a cañonazos puros y duros (o sea, a base de artillería pesada), desde la mismísima plaza de Sant Jaume, centro neurálgico de la política catalana y sede del propio gobierno de la Generalitat de Catalunya. A eso se le llama una buena actuación para frenar un conflicto político. ¡Qué digo buena, magnífica! No sé qué puede haber pasado para que, en sólo unos añitos de nada, se plantee nuevamente otra situación conflictiva. En el treinta y cuatro les faltaron cañones; debe de ser esto.
Hace un par de días, mi Virgen me obsequió, gratuitamente, con unas nuevecitas declaraciones del cerril diputado. Respiré tranquilo. Me dije: “a ver si ahora va y suaviza su manera de pensar”; lo llegué a temer. Pero no, señores, Guerra no falla y sigue haciendo honor a su apellido. Alfonsito reclama ahora que “el gobierno (el español, cómo no) debería explicar por qué no está aplicando ya el artículo 155 de la Constitución para frenar los excesos de los secesionistas”. Bravo. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Se suspende la “Autonomía” y a tomar “pol” saco. Así, ¡con dos cojones!, que diría el castizo. Guerra debería haber conocido personalmente al general Espartero, brillante coco, también, que remarcó (después de “regalar” varios racimos de bombas a la ciudad de Barcelona) que a la Ciudad Condal se la tendría que ir bombardeando cada cincuenta años. ¡Ole tus muertos, Baldomero! Espartero se llamaba Baldomero de nombre de pila; ahora, sólo se le recuerda por “los cojones de su caballo”, expuesto, en piedra, en el cruce de Alcalá con O'Donnell, en Madrid.
No me supuso ningún placer pero conocí a Don Alfonso en persona. Realicé una entrevista que le hizo el buen periodista Pere Muñoz (de sa Roqueta) en su eterno despacho de la Carrera de San Jerónimo, en el interior del Congreso de los Diputados y Diputadas, tal y como lo pretenden revautizar (he puesto la “V” por joder y para reivindicar cambios en la ortografía española). La entrevista era para el magnífico y serio programa Transparent de la IB3 del año 2009, si no recuerdo mal.
La grabación fue larga. Entre mis recuerdos, me vienen a la cabeza sensaciones curiosas mientras lanzaba sus dardos a todo quisque: le vi “leído”, inteligente, mordaz, cínico, ecléctico, fatigado y con cara de úlcera de estomago crónica. Hoy, sólo me queda una palabra: tuve en frente a un zoquete aplicado. Muy aplicado.







